Sólo te puedo pedir perdón a ti, Señor.
Así, con mayúsculas y de corazón,
sólo te lo puedo decir a ti, Señor.
Sí, sólo a ti, porque «perdón» desde las raíces del alma
sólo brota cuando uno se siente pecador…
Siempre que lo digo, me sitúo ante ti, mi Señor y mi Dios.
Siento en mí el pecado, la equivocación y el error…
Siento mi debilidad y mis desvíos…
Pero al decir «yo pecador» me sitúo ante ti, Señor.
Ante los hombres seré insensato, violento, mentiroso, egoísta, vividor…
Pero pecador… sólo ante ti puede uno sentirse pecador…
Sin barreras, sin distancias, sin rechazos ni violencias.
Uno se siente cercano, pobre, humilde y a tus pies.
A tus pies, porque para sentirse pecador hay que hincarse de rodillas
y decirte de corazón: ¡perdón, Señor!
El pecado me puede separar de ti.
Es lo único que crea un abismo entre tu corazón y el mío.
Pero reconocerme pecador es acercarme a ti,
es salir en tu busca, postrarme ante ti con humildad y confianza.
El pecado me encierra en sus rejas, en mis intereses,
me encadena en mis pequeños horizontes.
Y al decirte «soy pecador», se empiezan a romper mis cadenas,
se abren los cerrojos de mis puertas
y me lanzo ante ti, Señor… ¡y tú me liberas!
Sólo a ti de corazón y con toda el alma te digo: ¡Perdón, Señor!
Sólo ante ti puede uno aceptar y vivir como pecador.
Porque es un modo de relacionarme y unirme contigo.
Cuando brota en mi alma mi conciencia de pecador
siempre brota junto a ella una mirada confiada
y sincera hacia, mi Señor.
Cuando siento mi conciencia pecadora,
se alzan hacia ti mis ojos confiados y espero tu ayuda.
Te pido perdón, Señor, porque te amo,
porque te quiero y he roto mi vasija de barro.
te traigo sus piezas rotas porque tú eres mi Alfarero
y sólo Tú puedes rehacerme.
Porque me quiero a mí mismo y a Ti, puedo decir de verdad ¡perdón!
No desde el miedo, ni la cobardía o la desesperación.
No desde la huida o el castigo o la condenación.
Sino desde la ternura y la seguridad de que estoy llamado a más.
Me quiero como imagen tuya, como hijo amado.
Por eso dejo que amases de nuevo mi barro endurecido
y soples en él tu Aliento de Vida.
Porque te amo, porque tú eres mi Dios y Señor,
porque te quiero entrañablemente y siento que tu amor es mayor…
Vengo a pedirte perdón.
Siempre puedo venir ante ti, como sea y cuando sea.
Tus puertas siempre están abiertas. Siempre estás esperando.
Siempre quieres que vuelva, porque te duele la distancia que puse por medio.
Y me doy la vuelta para volver a casa, porque añoro tu abrazo,
porque quiero volver a respirar el aire puro de tu brisa,
esponjar mi alma en tu mar inmenso,
y ablandar mi corazón de piedra al calor de tu amor…
Hoy quiero echarme en tus brazos de Padre
y olvidar que me fui de tu casa.
Hoy quiero vivir en tu presencia, en tu perdón
y abandonarme, como un niño, en tus brazos.
Conviértenos a ti, Señor. Paulinas, pg 51