02. Unción secreta

Soy un misionero-itinerante y escritor, con ganas de detenerme y de callar. No estoy depresivo; estoy seducido. Me gusta referirlo así.

Mi experiencia del Espíritu es sencilla, sin vistosidad.

(JPG) En la sencillez del silencio cotidiano voy dejándome elaborar sin tratar de entender una presencia y un proceso de unción secreta, que se me escapa. Vivo la necesidad de ser un vaso perfecto, para un flor perfecta.

En cierta ocasión, una persona sobria y profunda, me dijo: «Usted y el Espíritu Santo se llevan bien». Agradecido, creo que fue una respuesta provisional a mis largas horas de silencio, en la penumbra de una capilla, en la calma del atardecer, o en la quietud de la madrugada, o en mi habitación, con la ventana entreabierta, «pidiendo el Espíritu Santo prometido».

Me gusta sentarme en silencio y en la realidad-metáfora de sumergirme en la conciencia de mi propio respirar, estar despierto sobre la sublime realidad de Dios, que también respira -Ruah es su Aire, es su Espíritu-, y de que yo respiro dentro de Él (He 17,28). Si tuviera que titular esta actitud permanente, costumbre ya, aunque siempre asombrosa, el título sería: «…y me senté en silencio a respirar en Dios»’.

Mí anhelo más profundo es dejarme ungir por el Espíritu de Jesús. Experimento con fuerza, casi con violencia, que hasta que el Espíritu no me consagra en cuerpo y alma, y no penetre toda mi estructura muscular, nerviosa, emocional y mental, no se habrán creado las bases humanas suficientes para ser un sacramento del Espíritu y cristiano en cuerpo y alma. Siendo que en mi itinerancia, modelo fundamental de mi realidad apostólica, por los caminos del mundo, se me van simplificando más y más las palabras aunque se me va radicalizando el corazón -va encontrando sus raíces, encontrando sus amores-. Humilde y agradecido siento que el Espíritu me va madurando con la lentitud de una entrega que, por mi parte, siempre va con retraso.

Esta operación de maduración se extiende al lenguaje. Yo empleo las mismas palabras de siempre, tengo los mismos hábitos, pero en mí y para mí solo, yo oigo esas mismas palabras y las penetro mejor; aprehendo sus armonías, sus resonancias, sus raíces… Pero frecuentemente tengo ganas de callar ya…

Y es que quizás lo que digo ya no sea lo importante; lo fue para mí cuando estaba pendiente de mi. Lo realmente importante es esa realidad misteriosa que siempre está detrás de las palabras y que la fe me permite soñar y el corazón adelantar… Las palabras ya no saben decirme lo que quiero. Hablo poco, pero gozo desvelando, creyendo como quien ve (Hb 11,17) la Palabra-Jesús. Ella protagoniza mi vida secreta en este momento. En mi insuficiencia, vivo con un gozo nuevo, aplicada a mi vida, la verdad: «No eres tú el que hablas; es el Espíritu de tu Padre, quien habla en tí-«Y el espíritu de tu Madre», añado yo. Ella es como mi denominación de origen. María es el lugar de mi experiencia del Espíritu. Y estoy contento. Y asi mí voy haciendo mayor, en las ganas de callarme, aunque también en el gozo y en la urgencia sentida de seguir abriendo camino a la Palabra, o aunque sea un sencillo sendero. Si pudiera contagiar mí pequeña experiencia del Espíritu,, diría a cada no: «Siéntate en silencio y advierte que respiras dentro de Dios, que también respira».