Parecía joven, vestida de arriba abajo con un pañolón oscuro, que ceñía y delineaba su cabeza. Al caerle en punta por detrás, continuaba la curva de la espalda, apoyada contra la pared. Estaba sentada cerca de una tienda de productos cosméticos, en la Puerta del Sol de Madrid. Era una ausencia calculada, mientras la gente iba y venía. Sin saber apreciar la belleza de aquella postura.Sumergida, en cuclillas; su cabeza, levemente inclinada, casi tocaba sus rodillas. En la mano derecha delgada y alargada, quemada por los mil soles invisibles, compañeros de la raza gitana, sostenía un vaso de plástico, verde claro. Lo sostenía desde el fondo, con levedad y gracia. La mano y el vaso apoyados, dejados, sobre una de las rodillas levantadas. Pedía limosna.El gesto bien diseñado suplía las palabras. Era una metáfora del pobre que pide; mejor, de la pobreza que se muestra, sin la desmesura desgarrada del exhibicionismo, y con la sencillez del gesto silencioso. El vaso verde, prominente y sostenido con levedad, componía una situación y una actitud salida de las raíces del alma, mansamente, sin ira. Era una intimidad a la intemperie.La miré por última vez, antes de parecer indiscreto. Me pareció la lámpara vieja de una casa señorial, donde una joven de bronce oscuro, sostiene en la cuenca de la mano, una lámpara encendida. Aquí era un vaso, pero ¿no era lo mismo? ¡Bella imagen del orante!: ‘ante Dios, con un vaso vacío…’ ¡Mejor!, ‘ante Dios, como un vaso vacío’, ¡que así han descrito los santos al orante! Me acordé de aquellas palabras de la Sabiduría bíblica que, canta la bienaventuranza de quien sabe estar pacientemente esperando; y me salieron unos versos:
Sentado a la puertade Sabiduría,paciente hay un pobre,que no sabe nada,que espera en silencio,que alguien, un día,la puerta le abra.
Así me gustaría pensar al orante de profesión, sentado en un sueño despierto, con la mano abierta al Amor de Dios, y a la intemperie, ajeno a los ruidos del entorno y caída dentro de sí mismo, entre el sueño-despierto, la presencia difusa y el gesto claro, como un vaso que culmina todo un modo de estar y de ser ante Dios.
La Presentación de la Bienaventurada Virgen María
Lc 19,41-44. ¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!