06. El Espíritu: música y campana

Sobre el pequeño pueblo, a orillas del Tirón, desciende el aire del Espíritu al son del campanil ligero que «toca a gloria». Casi en volandas se lleva a las alturas la diminuta cajita blanca. ¡Un angelito más al cielo!

Otro día son sones dialogados, más pesados, lentos. Por las calles de Cerezo, el aire denso, se abre camino entre el dolor y los sollozos, en la voz del niño monaguillo y de Milagros -siempre- el monocorde latín esperanzado del réquiem. Descansar de la fatiga. Nadie se pierde. Y también la locura, la algarabía, borrachera de sonido, con mezcla de cohetes, el volteo de campanas que llama a fiesta, la del paisano y patrón, Vítores.

(JPG) El aire del Espíritu me llega en la voz de una mujer, María. Una voz de mujer que cuenta historias y canta melodías. Voz regazo, madre. Desvela con paciencia esos lenguajes de campana. Empuja con suavidad, muy pronto, a colaborar… y que su voz siga tañendo.

Se apellidaba Claret, sin yo saberlo; eran Gregorio y «esos chicos de Beire». Después Claret es la pasión por la Palabra, el misionero. Unas mujeres al calor de la Biblia «parroquia del Espino» son prueba de que es verdad lo de nacer de nuevo. Pero hay que morir al «hijo» que has mimado tanto tiempo.

Sale al paso en Francisco, el de Asís, como una flor discreta, con perfume a ras de suelo, haciendo honor al nombre de Violeta hermana. Su escalafón en la escuela: un barrio marginado, casi extranjero.

El aire del Espíritu es Cantar, el cantar por excelencia. Es nombre y cuerpo de mujer; y de dos niñas. Habla y dice proximidad, familia, cercanía.

Pero también el soplo hacia la intemperie. Apoyar con terquedad a la humillada cenicienta de la escuela: la clase de religión. Percibir el cien por uno al renunciar al refugio de la Filología inglesa. Cesáreo Gabaráin, regalo, compañero de aula en este empeño; música él, poesía, eficacia Inteligente al servicio de la Iglesia, y amistad siempre. Domingo es informática disponibilidad, todo servicio. Y otro amigo, León, la «Gaudlum et Spes»viviente.

El aire del Espíritu, hermandad aquí y ahora, es Hermandades del Trabajo. Rostros, manos curtidas de tesón por implantar la Buena Nueva en el mundo del trabajo. Y la suerte de ayudarles a cultivar memoria del Cristo obrero.

Desde aquel pueblo hasta ahora el Espíritu ha sido música -voz y canto-aventada por las plazas, sentida y gozada; música, luz, fortaleza, vacío lleno.

Algo de todo esto, más, y nada de ello es el Espíritu; porque palpado en lo más concreto se presiente -se espera-como eterna Novedad al mismo tiempo.