07 – Oración y silencio (II)

Al principio el que ora maneja ideas, libros, sentimientos, oraciones, rezos; más tarde la atención es sostenida por la misma Presencia de Dios, que se impone, con mayor o menor fuerza, y silencia a la persona.   
El silencio nos acerca más a la naturaleza esencial de la oración; a lo que es verdaderamente la oración, orar.    Bellamente dice H. Urs von Balthasar:
"Una vez que el hombre entra en \’lo más íntimo de la afonía divina (Mystag., 4, 91, 672 c), el silencio, que domina los conceptos sin palabra, llega ser el lenguaje verdadero (Div. Nom., 1; 4, 192 c)".
\’A-fonía\’ quiere decir, sin voz: ‘Dios es ‘silencio’ . Santa Teresa dice que Dios \’habla\’ sin ruido de palabras. Juan de la Cruz dice que el Verbo de Dios, es \’Verbum silens\’: \’Palabra silenciosa\’. Y ahí es donde irá entrando el orante: ‘en el  Silencio de Dios’. ¡Bella metáfora: ‘en la afonía de Dios’.
La oración silenciosa está configurada por tres grandes leyes:  la ‘atención’, la ‘limpieza’, el ‘abandono’.    La atención orienta la mirada; la limpieza abre la mente y el corazón a la revelación de Dios (Mt 5,8); el abandono consuma la entrega y el ejercicio de la libertad personal. Así lo señala san Juan de la Cruz:
“… sólo mirar que tu conciencia esté pura, y tu voluntad entera en Dios, y la mente puesta de veras en él…" ( Subida al Monte Carmelo III, 40,2).
La oración, al ir progresando, va estabilizando la mirada y despojándola de palabras.
"Cuando uno se da cuenta de ello [de que ha encontrado, y de que todo está presente], se produce una detención. Todo despliegue de energía hacia un objetivo o resultado cesa totalmente y el que busca pierde entonces su cualidad, pues ya no proyecta ningún objetivo. Se despierta en lo encontrado" (J. Klein).
Tiene que ser magníficamente bello y definitivo ‘despertarse en Dios’ después del sueño de la vida en este mundo. Pero el orante, comienza a realizar ese maravilloso modo de referencia y de relación con Dios; sin decir nada; sólo contemplando su rostro, en un silencio pedagógico y ‘gracioso’, al mismo tiempo, donde todo es perfecto, aunque todavía fundamentado en la esperanza cristiana, hasta que Dios ‘descubra su presencia’. ‘El silencio es el lugar de nuestra más perfecta realización humana y cristiana’.