Recordando a Pablo, diría que la oración es esa situación conscientemente aceptada, de ‘estar escondido, con Cristo en Dios’ (Col 3,3). No se trata de una iniciativa personal del orante; es el Padre quien esconde al orante, en lo escondido de su morada: Jesús, su Hijo, y el orante la actualiza, ‘tomando conciencia y aceptando’ esa sublime realidad de estar, como dice san Juan de la Cruz:
"… en el escondrijo de [su] rostro, que es el Verbo" (Llama de amor viva, 2,17).
Jesús tiene su más profunda raíz en la oración al Padre (Mc 1,35; 6,46). Y ahí es donde ‘se pierde’ el orante, para ser hallado perfecto en el día del Señor Jesús. Cuando Jesús oraba, cuando en momentos especiales se retiraba a orar, ‘preservaba’ su conciencia de Hijo, y se dedicaba, con más exclusividad, podríamos decir, a actualizar, sin otros objetivos inmediatos, la advertencia amorosa a su Padre; a vivir su origen, y a anticipar su regreso al Padre (Jn 16,28). Jesús era consciente de la relación amorosa que tenía con su Padre, de manera ininterrumpida. Pero quiso dar a su relación con su Padre forma humana. Ahí es donde los discípulos encontraron la pedagogía inmediata y el lugar para entender la relación con Dios; ahí es donde presintieron el Misterio de Jesús. Presintieron la oración personal de Jesús como un espacio humano, asequible, aunque misterioso. Y, un día, le dijeron: ‘Señor, enséñanos a orar’ (Lc 11,1). Y, sin embargo, no podían entender aún toda la fascinación de Cristo Jesús orando, sumergido ‘en las perfecciones de Dios’. El orante se esconde en esa corriente esencial y misteriosa de Jesús con su Padre, y en ella va siendo transformado en hijo, silenciosamente, sin saber cómo. La oración es el clamor amoroso de Cristo Jesús hacia su Padre (Rm 8,14-16). Y El no deja entrar, nos invita a entrar en su propio clamor de Hijo y llamar a Dios ‘Padre’, o aprender a ‘reposar’ en su seno y silencio infinito, con toda la confianza de un hijo. La oración no es un ingenuo método, ni un medio de vida interior; ‘es la misma vida interior’. El orante sólo ora cuando se deja introducir en esa corriente dinámica, esencial, silenciosa, toda misterio. ¡Qué bueno aprender a entrar en Dios, con Jesús, y realizar una nueva forma de ‘ser’ y de ‘estar’, no determinadas por la psicología, sino por la vivencia gozosa de nuestra filiación.
La Natividad del Señor
Jn 1,1-18. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.