Saludo.La complejidad del tema es evidente. Acaba de celebrarse todo un Congreso, sobre el mismo1.
1.- El “hoy”, la situación actual de la familia, sus aspectos sociológicos y sus aspectos psicológicos los habéis reflexionado ya previamente. Son los temas – el sociológico sobre todo – que nunca faltan en reuniones sobre la familia. A ellos se suele dar un tiempo desmesurado – es más fácil y “se lleva” – en comparación con el dedicado a señalar y a asumir los pasos concretos a dar o a los cambios que realizar. Esto nos compromete; y el análisis, no.
2.- La “fe”, la fe cristiana, como valor y experiencia relacional entre la persona creyente y Jesucristo, es buen tema de reflexión para más de un día y de una semana quizá2 . En “los aspectos sicológicos de la familia” han salido cosas muy importantes, que aclaran mucho el fenómeno humano educacional; y que, en parte, son aplicables a la vivencia y transmisión de la fe en familia.
Además de los aspectos antropológicos de la experiencia de la fe, también conviene aludir a la acción de Dios, de sus divinas personas, en este misterioso proceso de vivir y transmitir la fe en la persona y en la familia. A este respecto es muy importante tener presente que:
- la fe en Jesucristo es un don, un don personal, es decir, relacional: entre un “yo” humano y un “Tú” divino, o varios “Tú” divinos;
- la fe en Jesucristo nace, brota, y se desarrolla desde la causa fontal que la regala: es decir, desde Dios, Creador y Padre, desde el Espíritu Santo, que nos la infunde, y desde nuestro Señor Jesucristo, origen también, y término a la vez, de nuestra fe en Él 3.
- la fe se recibe y se vive a través de muchos mediadores y medios: padres y familiares, catequistas y educadores, acontecimientos de la vida, propia y ajena, signos y referencias cristianos, etc.
De entre estos mediadores – lo doy por obvio –, los primeros, en tiempo y en importancia decisiva, son los padres: – por ley natural, del Creador; – y por voluntad expresa de Cristo y su Espíritu, que constituye en sacramento la unión conyugal, del que brota gracia, fuerza, ministerio… el “ministerio” especial para la “transmisión” de la fe4 .
3.- Lo de ayudar – y cómo ayudar – a la familia, – que va en el título de esta semana de formación – crea muchos interrogantes previos: ¿Por qué “ayudar”? Parece un verbo que va de superior a inferior, que implica paternalismo y superioridad. Se ayuda al que necesita, al que no tiene algo; en este sentido, al inferior. Y ayuda el que lo tiene. ¿Qué le falta a la familia, para tener que “ser ayudada”? ¿Por qué “damos por supuesto” que hay que ayudar a la familia, a los padres? ¿Y en qué hay que ayudarles? ¿No se valen por sí mismos? ¿No tienen un “ministerio” peculiar para “trasmitir la fe” en virtud del propio sacramento del matrimonio, que los otros, en la iglesia, no tenemos?
¿Y cuál es el sujeto o sujetos de “ayudar”? ¿Quiénes tienen o tenemos que ayudar a la familia, a los padres? ¿Y por qué nosotros tratamos de aportarles la ayuda que ellos, quizá, no nos piden, y sí la que nosotros pensamos que necesitan? ¿En virtud de qué pensamos y decidimos por ellos? ¿Por qué pensamos que somos nosotros, precisamente nosotros, los que tenemos que ayudarles?
¿Cuándo han pensado los matrimonios cristianos que ellos tienen que ayudarnos a nosotros a ser buenos y mejores sacerdotes y párrocos y dirigentes de la pastoral parroquial y colegial?
¿Qué concepto de iglesia está detrás de esta formulación? ¿No habría que completarla preguntándonos, los que estamos aquí, ¿en qué nos tiene que ayudar la familia a nosotros? ¿En qué tenemos nosotros que dejarnos ayudar por la familia, en cuanto a la vivencia y transmisión de la fe? Esta pregunta sería muy evangelizadora para nosotros. Nos exigiría conversión y creer en ellos. ¿Estamos dispuestos a convertirnos y creer en ellos? ¿Qué sentimos cuando oímos por ahí: “nosotros no creemos en los curas”? ¿Creemos nosotros en los matrimonios?5
4.- El título dice “ayudar a la familia”. ¿Pero quién es y qué es la familia? Los días pasados habéis reflexionado sobre ello, desde la sociología y desde la sicología. En una visión pastoral, en la mayoría de los casos, se tratará de ayudar a los padres a vivir y transmitir la fe a sus hijos; teniendo en cuenta que los padres, antes que padres, suelen ser matrimonio – este “antes” implica prioridad de tiempo y prioridad de naturaleza -, y que poseen un “ministerio” peculiar para esta misión, que brota de su ser matrimonio precisamente.
5.- Hay otra pregunta interesante: ¿Cuándo ayudar? ¿Cuáles son los momentos clave en los que los matrimonios, los padres, necesitan ayuda “para que la familia viva y transmita la fe”?
¿Y cómo o de qué manera ayudarles? Espero, estoy seguro de que en estos tres días de reflexiones irán surgiendo algunas directrices; e incluso aparecerán cauces concretos y eficaces para el hoy que nos toca vivir. El Señor no nos ha dejado huérfanos: nos ha dado su Espíritu Santo, que actúa también en nosotros.
6.- Detengámonos, por fin, un poco en el núcleo de la reflexión: “vivir y transmitir” la fe. Hice ya arriba una alusión a la fe cristiana como experiencia relacional.
Qué es “vivir” la fe cristiana creemos entenderlo algo, un poco; aunque sea sólo poco y de distintas maneras. Hagamos la prueba: compartamos cada uno nuestra respuesta a la misma pregunta: ¿Qué entiendo yo por “vivir mi fe cristiana”?
Ellos, los miembros de la familia, los padres – el padre y la madre – ¿cómo y qué entienden por “vivir la fe en Jesucristo”? ¿Por qué nosotros queremos o quisiéramos que ellos la entendieran y la vivieran como nosotros? ¿Y por qué no entenderla y vivirla nosotros como ellos?
A partir de lo que es la fe cristiana, y cómo se vive, será posible ver el sentido de su transmisión. Primero, en general, habría que mirar qué personas y factores intervienen en la “transmisión de la fe” y cómo interviene cada una. Y después, en particular, ver cómo se vive la fe en la familia, como valor humano y como fe cristiana; para, a continuación, buscar qué virtualidades hay en la familia, en los miembros de la familia, para transmitir una y otra, analizando cómo intervienen en la transmisión de la fe.
También nos preguntamos: qué es o qué significa “transmitir” la fe. ¿Entendemos nosotros mismos, lo que es transmitir la fe en Jesucristo? ¿Qué experiencia tenemos de eso? ¿Cómo es mi experiencia de “acoger” la fe? ¿Y cómo es mi experiencia de “comunicar” realmente la fe a otra persona? Sin estas experiencias, o con poca conciencia de ellas, ¿cómo podemos reflexionar y hablar sobre esto?
Pues os digo que “transmitir” la fe es imposible. La fe no es una “cosa” que se hereda o se transmite de padres a hijos como una dote, un palacio, una joya. Ni siquiera se transmite como un valor humano – un estilo de ser y de comportarse de la persona humana – que se vive y se transmite en cada familia de padres a hijos por imitación, por contagio, por educación, es decir, por “educción” del fondo de la persona que va creciendo.
¿Creéis que casan bien entre sí: “trasmitir” la fe cristiana y afirmar que es un “don” de Dios? Afirmamos que la fe cristiana es un don de Dios; un don de relación entre el yo, la persona, y Jesucristo. ¿Cómo pueden los padres, ni nadie, transmitir “un don de Dios” a los hijos o a otra persona?6
Teniendo esto presente – que es fundamental – y si todavía queremos mantener la palabra “trasmitir”, habrá que llegar a la conclusión de que “vivir es transmitir”; o dicho al revés y, quizá, más claro: concluir que transmitir la fe – en la medida y sentido en que esto sea posible – consiste en “vivir la fe”: vivir la fe en pareja, como padres y en familia; y lo demás depende de Dios y de la persona receptora del don de la fe. Toda otra “trasmisión” es imposible.
Cosa muy distinta sería, si habláramos de las “prácticas y comportamientos” cristianos; o de la “doctrina” cristiana; pero, gracias a Dios y a los organizadores, en el título de nuestras reflexiones no entran en esas derivaciones de la fe, que harían mucho más compleja nuestra tarea.
¡Vivir es transmitir! El vivir se desborda, se contagia, induce; vivir es, así, siempre transmitir, en un sentido u otro, en un grado u otro: en el sentido y grado en que se vive un valor, un estilo de vida, unos comportamientos habituales, unas motivaciones sentidas y encarnadas7 .
Así se elimina la preocupación desorientadora del “hacer”; del “¿qué tengo que hacer para transmitir la fe?” Pues ¡nada! Hacer… nada; simplemente vivirla. No tienes que hacer nada, nada añadido. Sencillamente vivir, ser: “sé lo que eres”, gritaba Juan Pablo II ya en el año 1981, “vive con intensidad”. Se trata aquí, no de un hacer, sino de ser, como en tantísimas cosas verdaderamente humanas. No hagas cosas; vive intensamente. ¿Y sise hacen cosas sin vivirlas? El efecto suele ser pernicioso.
Lo que eres, lo que vives, cómo te relacionas, eso es lo que transmites.
Tu vida se refleja, se desborda; no tus ideas o palabras estereotipadas, sino tu estilo, tus actitudes y tus modos de relacionarte. También valen tus palabras, si son “vivas”, si te salen de las “entrañas” y no simplemente de tu memoria o cabeza pensante. Transmitir – de padres a hijos sobre todo – es redundancia, es desbordamiento, es cualidad propia del vivir personal, como el “irradiar de un foco de luz” o “el dar sabor para la sal”, la “inducción” entre los campos magnéticos.
Jesús no mandó: “Id y transmitid la fe”, sino que les dijo: “Id y anunciad… proclamad…con signos, obras y palabras”… “Seréis testigos”…. “Anunciar la palabra de Dios con valentía”. Pero lo de “creer”… “convertirse y creer”, depende ya de ellos: “Los que crean… Los que no crean…” (Cf. Mc 16, 15-16; Lc 24, 48; Hch 1, 8; 4, 31).
Vivir y acrecentar la fe es relacionarse con Jesucristo; y esto es oración – “comunicarme con Aquel que sé que me ama”. Orar es relacionarse personalmente – de persona a persona – con Dios; la fe en Jesucristo es una relación personal – de persona a persona – con Jesucristo. Fuente y culmen de toda la vida de todos los miembros de la Iglesia es la Eucaristía. Celebrar y participar la Pascua del Señor es el mejor modo de crecer en la relación y en la experiencia personal y comunitaria, de Jesucristo; es introducirse en la raíz e ideal de la propia vocación y misión del matrimonio y la familia creyente, que es acoger y darse8.
Por este camino, camino sin término, se irá profundizando en la experiencia humano-divina que vivió Jesús mismo9: “vivir y transmitir la fe” en Dios Padre. Aquí se abre un panorama inmensamente rico en humanidad y en espiritualidad cristiana. Creo que no es esto lo que a mí se me ha encomendado; sino más bien suscitar y apuntar pistas de acción pastoral de cara a “vivir y transmitir la fe en familia”, contemplado esto desde los puntos de vista de los distintos agentes de la pastoral familiar, comenzando por los propios matrimonios y padres, que son los primeros, en todo sentido.
Son tres los ángulos o puntos de vista, desde los que podemos mirar este misterio del “vivir y trasmitir la fe en la familia”: visión desde la familia: desde el matrimonio, desde los padres; visión desde la parroquia; y visión desde un colegio.
1 Del 4 al 7 de julio, el Congreso Internacional Teológico-Pastoral en Valencia, “Vivir y transmitir la fe en familia”, acaba de abordar temas claves sobre cómo vivir y transmitir la fe en el ámbito familiar. Ha sido estructurado en forma de ponencias, comunicaciones, testimonios y mesas redondas o paneles. En él han participado destacados teólogos y jerarquías de la Iglesia; expertos en educación, pastoral familiar y medios de comunicación, y representantes de distintos movimientos eclesiales, que han aportado diferentes enfoques a las cuestiones planteadas. Se ha celebrado otro Congreso para los hijos, -también del 4 al 7 de julio- en el que han participado jóvenes entre 16 y 25 años para analizar los problemas que se les presentan y ofrecer alternativas cristianas a la cultura del ocio y del tiempo libre. Y un tercer Congreso, dirigido a los mayores y celebrado por las tardes, para apoyar la actividad tan esencial e insustituible que desarrollan en el seno de sus familias.
2 Gaspar Mora, Qué es ser cristiano, Emaús 59, Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2004, [89 pp.], p. 24-25: “Creer en Jesucristo es una adhesión viva y personal a Él. La fe es una actitud que engloba toda la vida… comporta, sin duda, la afirmación de su mensaje y de su misterio: “Yo creo que Dios ama al mundo, creo que Jesucristo es el Hijo de Dios y ha resucitado”… Creer en Él no se limita a expresar verdades, sino que consiste en una relación personal, en la entrega viva a Él y a Dios. Creer en Dios Padre y en Jesucristo su Hijo significa una relación viva de amor y de confianza… El misterio de Jesús se define por su mensaje de amor, de perdón y de paz. Creer en Él es vivir según su Espíritu, es modelar la propia vida según su palabra, su experiencia de amor, de libertad, de confianza, de vida” .
3 “El Señor le abrió [a Lidia] el corazón para que aceptara lo que le decía Pablo” (Hch 16, 14).
4 “Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del pueblo de Dios, en su estado y forma de vida” (LG 11). “En la familia cristiana, enriquecida con la gracia y ministerio [gratia et officio] del sacramento del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo. Encuentren en la familia la primera experiencia de una saludable sociedad humana y de la Iglesia” (GE 3). Cfr notas siguientes.
5 Pregunta para unos matrimonios comprometidos: ¿En qué “cosas”, experiencias, saberes y procesos, creemos los matrimonios que vosotros, los párrocos, sacerdotes y laicos responsables de una parroquia o colegio, tenéis que dejaros evangelizar y dejaros ayudar por nosotros los matrimonios cristianos?
6 Es curioso que el Papa Juan Pablo II haya hablado, a propósito de esto, de un “ministerio” de los padres, fundado en el sacramento; suena a algo “sagrado”, perteneciente al ámbito del poder o acción especial de Dios, a la fuerza del Espíritu de Cristo Resucitado en ellos peculiar para esa misión.
7 Los valores, dicen los entendidos, propiamente no se transmiten, sino que se descubren [se ayuda a descubrirlos], se intuyen, se estiman, se realizan, se viven; se “educan”, en el sentido original de “sacar del interior” de la persona. Todo esto se realiza en la experiencia de los valores y de la fe humana [unida a la confianza y al amor], valor relacional entre las personas de la familia, fundamental para el desarrollo y construcción correcta de la persona; ¿pero vale esto también para la fe divina y cristiana? Piénsese en lo que tiene de don, de regalo, de gracia, antes que de respuesta y compromiso por parte de la persona humana creyente.
8 “La familia, en cuanto iglesia doméstica, el matrimonio, en cuanto fundamento de la familia, y la vocación y misión específicas de todos cuantos conforman esta realidad (esposos, padres, hermanos, hijos, niños, jóvenes o ancianos) encuentran en la Eucaristía la fuente para su santificación, la meta de su compromiso en la Iglesia y en el mundo, la prenda de la vida futura. La Eucaristía es la expresión máxima del deber de santificación de la familia cristiana[Cf. Juan Pablo II, Exh. Apost. FC, 57] y la fuente misma del matrimonio. La Eucaristía, en cuanto actualización sacramental del amor esponsal de Cristo a su Iglesia llevado al extremo del sacrificio de la cruz, es por ello el manantial que vivifica desde dentro la alianza conyugal[Cf. Juan Pablo II, Carta a las familias, 11]. En el don eucarístico de la caridad encuentra la familia cristiana el fundamento y el alma de su comunión y de su misión[Cf. Juan Pablo II, Exh. Apost. FC, 57], de aquí la importancia de fomentar la asistencia de las familias a la eucaristía dominical, «haciendo del domingo el signo de su fidelidad al Señor y un elemento irrenunciable de la vida cristiana» [Juan Pablo II, Disc. a la Comisión Pontificia para América Latina (21.1.2005), 2]. CEE, Plan Pastoral 2006-2010, nº 28. “Fomentar la asistencia”… se queda corto evidentemente.
9 Bonifacio Fernández, acaba de sacar un libro muy sugerente en esta línea; os lo recomiendo: Bonifacio Fernández García, Jesucristo. Seguimiento y contemplación. Publicaciones Claretianas, Madrid, 2006, 142 pp.