Te conocí deshecho:
despojado de tu parcela heredada,
sin trabajo, sin futuro, sin sonrisa.
Impedido de llevar pan a tus hijos
o una esperanza, al menos, a tu compañera.
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.
Fui tu testigo el día aquel,
cuando decidiste partir
a la aventura, a lo desconocido.
Y te desgarró la separación de tu familia,
de tus amigos; de tus aspiraciones.
Y abandonaste aquellos montes, cuyo nombre conocías,
y la tierra que te vió nacer,
en la que ya habías sido, incluso en ella, un forastero.
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.
No te fue difícil conectarte con las mafias transportadoras:
megrabí, viajaste, hacinado en un camión de fruta,
y faltó poco para que murieras asfixiado
cuando cedió su doble fondo.
Navegaste en la patera paquistana, de la que te arrojaron
para que, nadando, alcanzaras la playa.
Cruzaste el desierto de Arizona, a punto de morir de sed.
Te salvaste de ser devorado por los tiburones
en la balsa cubana hacia Miami.
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.
Mexicano lavaplatos en Los Ángeles,
senegalés, vendiste bolsas de piel en Roma
nigeriana, fuiste prostituta;
acordeonista rumeno en el Metro,
limpiador de parabrisas bangladesh,
filipino campesino en Hong Kong
o muchacha peruana cuidadora de ancianas:
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.
Soportaste insultos dirigidos a tu raza o religión.
“Clandestino” te escondías de la Migra,
durmiendo en la Estación, comiendo desperdicios.
La escuela cerró sus puertas a tus hijos
y no hubo hospital para tí.
Tuviste que aceptar una miseria salarial
a fin de evitar la repatriación,
y con nadie podías hablar tu lengua.
Pese a que no tenías papeles ni identificación:
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.
Supe de tu gozo entusiasta,
cuando enviaste a los tuyos la primera remesa,
ahorro de tantos sacrificios y privaciones
-diez mil millones de dólares al año envían los mexicanos;US$71.1 billones de dólares, el Tercer Mundo-:
los mayores ingresos después del petróleo.
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.
Ahora eres Tú quien interpela:
“Era forastero y me recibieron”.
Te haré un espacio, haciendo del mundo
una Casa grande, donde quepan todos,
y nadie sea más llamado “estorbo”.
Entonces nos daremos cuenta
que quien llamaba a la puerta:
Eras Tú, Señor, el Cristo forastero.