El hombre hoy es profundamente anticontemplativo. Le agobia su propia búsqueda de placer; el activismo el afán de competir, la ansiedad, el deseo de tener imagen, la carencia de ‘transcendencia’, la muerte y la ‘eliminación’ del misterio.
Si quiere realizarse como persona, tiene que rehacer todas sus bases religiosas. La contemplación no es un adorno. Es la culminación de un proceso que, terminando en Dios, termina en la entraña misma de sí mismo.
La alienación que caracteriza a los hombres y mujeres de hoy es una situación de decadencia que la naturaleza misma no puede soportar de formar indefinida. Después de tanta barbarie y alejamiento de Dios, una cierta lógica, pide la reacción de vuelta a los orígenes. Desde el punto de vista evangélico significará el regreso del hijo pródigo. Así, es beneficioso pensar que el siglo XXI será contemplativo o no será. Es ésta una profecía barata que se repite hoy con insistencia. Y es duro el dilema que plantea. Pero, aún suponiendo el regreso a la contemplación como meta, puede ser oportuno preguntarse:
- ¿será por evolución progresiva?
- ¿será de forma traumática, como un despertar repentino?
- ¿será por desfallecimiento del hombre que, agotado al final de un camino que no conduce a ninguna parte, necesitará un nuevo sentido para su vida aburrida y cansada?
“En las tradiciones religiosas, la renovación es a menudo precedida de una percepción de que el hombre a ido demasiado lejos en ‘lo mundano’, en lo externo de la vida, y ha perdido el acceso a las fuerzas superiores dentro de sí. El ‘misticismo’ en sus formas conocidas aparece frecuentemente como una reacción contra ese excesivo volcarse hacia afuera de la mente y del corazón humanos. Una percepción similar yace tras la búsqueda contemporánea de tradición mística cristiana. Existe un sentimiento ampliamente difundido de que la Iglesia ha ido ‘hacia afuera’ demasiado lejos: demasiado énfasis en la acción social, muy poco énfasis en la comprensión de la naturaleza humana que ofrecen los lenguajes de la filosofía y de la tradición misma”. El hombre huye de sí (del Yo). Se encuentra mal dentro de una estructura mal hecha (Ego).
Nos agobia, frecuentemente nuestra vaciedad. Nos agobian nuestras propias ideas agobiantes, la vida con su monotonía y falta de novedad. Pero tampoco se encuentra bien, aunque ‘se sienta bien’, si la única fuente de ‘bienestar’ nace de estar contento con el trabajo, con la familia… Nada de lo que el hombre tiene justifica lo que es ni el sentido profundo de la su vida.
¿Qué le pasa al hombre y mujer de hoy? Lo de siempre, aunque pueda formularse de formas distintas: le falta vida. Una vida no se construye ni se sostiene con las cosas de la vida.
Es un problema de armonía y de unidad. Es un problema de esquizofrenia: la ruptura entre el hombre interior y el hombre exterior.
“Esta percepción de un desequilibrado precipitarse hacia afuera de la vida humana ha salido a la superficie en muchas áreas de nuestra cultura. De cierta forma, esta percepción yace tras el nacimiento de la misma psicología moderna. Pero cuando las enseñanzas religiosas y filosóficas de Oriente comenzaron a echar raíces en nuestra cultura, hace una década, se tornó claro que el significado profundo de la ‘vida interior’ no había sido comprendido todavía en el mundo moderno, ni siquiera por la psicología. Y surgió en anhelo por una interioridad aún más profunda”