Escaparse del sufrimiento es una respuesta instintiva y normal. Nosotros tratamos de evitar el mal para nosotros, y hacemos todo el esfuerzo posible para proteger del sufrimiento a nuestros seres queridos. Se percibe el sufrimiento como una amenaza terrible para nuestra vida y felicidad.
Nuestro miedo al sufrimiento es tan fuerte que no sólo buscamos protegernos de él, sino que a veces rehuimos a otros que sufren, incluso nuestros amigos y familiares, en un intento de escapar de sus súplicas.
Aquellos que se han divorciado alguna vez informan que su familia y amigos ya no les invitan a sus fiestas. A veces, aquellos que han sido despedidos o cesados nos dicen que cuando encuentran a sus antiguos colegas, se encuentran con un silencio embarazoso. Los pacientes de cáncer y otras personas que sufren enfermedades serias perciben que para sus antiguos amigos es difícil mirarles fijamente a los ojos. No sabemos qué decir. El tono y el volumen del silencio nos hace callar.
Jesús nos dice, en cambio, que la vida comienza en ese silencio. “Quien quiera conservar su vida la perderá, pero quienquiera que pierda su vida por mi causa y por el evangelio la salvará” (Mc 5, 35).
Cuando el camino gira hacia la cruz, cada seguidor de Cristo llega a una lección. La sabiduría del mundo enciende la alarma: Vuelve, ten cuidado. Delante de ti esta nuestra destrucción. Pero en nuestros corazones hay una voz virme y suave que nos invita: “Ven, sígueme, y te mostraré el camino de la vida”. (From a Sept. 15, 1991 homily quoted in The Journey to Peace, Doubleday)
- Bernardin (1928 – 96) fue el arzobispo de Chicago de 1982 hasta que murió de cáncer. Escribió sobre su enfermedad en el libro El regalo de la paz (Loyola Press)