El problema de la interioridad es básicamente un problema de fe. «Me parece recordar la confidencia dramática, citada en el libro ‘Paul VI secret’ que Pablo VI hizo a su amigo Jean Guitton pocos meses antes de morir: ‘Hay gran turbación en este momento en la Iglesia, y lo que se cuestiona es la fe. Lo que me turba cuando considero el mundo católico es que dentro del catolicismo parece a veces predominar un pensamiento de tipo no católico, y puede suceder que este pensamiento no católico dentro del catolicismo se convierta mañana en el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista una pequeña grey, por muy pequeña que sea’» (Cardenal A. Simonis, primado de Holanda, en ’30 Días’).
Se está intentando construir una Iglesia en la que cada uno tenga su propia fe y su propia moral. Y los rasgos de esta crisis son, entre otros:
«… se pone en duda la fe en un Dios personal. Me temo que muchos fieles, muchos católicos practicantes se han hecho ‘deístas’.
Creen, por supuesto que ‘Algo existe’, pero no creen que existe un Dios personal, concreto, que sigue vivo y se puede encontrar como les sucedió a los discípulos hace 2000 años. (A.Simonis).
Y añadió Pablo VI:
«Podemos decir que, por primera vez, en su larga historia, la humanidad en su conjunto es ateoló-gica, no posee de manera clara, pero diría que tampoco de manera difusa, el sentido de eso que llamamos ‘el misterio de Dios’. Esta crisis del sentido del misterio que atenaza a la humanidad entera, se ha infiltrado también en la Iglesia católica (Pablo VI).
Está a la vista que para muchos que se dicen ser católicos, Jesucristo es un hombre más o menos especial, al que se le debe respeto y admiración, pero es sólo un hombre. Se ‘censura’ de su persona su aspecto divino. Asistimos a una huida hacia una idea más o menos abstracta de un Dios, que, en muchos aspectos coincide con las divinidades orientales, y se está perdiendo la certeza de un Dios personal». (A. Simonis)
«El secreto de una vida cristiana coherente y gozosa, está en un amor sincero, personal, profundo por Cristo» (Pablo VI, a los jóvenes en Holanda)
El problema de la interioridad es un problema de «hambre de Dios».
No es tanto un problema de intelectualidad, como de cordialidad.
La peor tragedia de la humanidad es que los hombres y mujeres, de forma, al parecer generalizada, carecen de hambre sentida de Dios.
Intelectualizamos, razonamos, racionalizados mucho, pero tenemos poca hambre de Dios. La siguiente anécdota lo ejemplifica:
«Un hombre abrió un buen restaurante. Uno de sus amigos vino al poco tiempo y le dijo: ‘ ¿Por qué no pones un cartel? Te sugiero: ‘Restaurante, la mejor comida’. Colocado el cartel, otro agregó:
-Deberías completarlo: agrega ‘se sirve aqui’, y estará redondo. El propietario hizo alterar debidamente el letrero.
Llegó otro y dijo: -¿Por qué pone ‘aqui’? Cualquiera lo ve. Y el dueño cambió de nuevo..
Un curioso añadió: ¿Por que no quita la expresión ‘se sirve? Es redundante. Y se quitó. Igual que la mejor’, para evitar discusiones.
-Y, por supuesto, la palabra ‘comida’ -dijo otro. Cualquiera puede ver que se sirve comida aquí.
De modo que el propietario quitó el cartel. Y, cuando lo hizo, no pudo dejar de preguntarse: ¿cuándo vendrá alguien que lo que quiera sea comer porque tiene hambre, en lugar de curiosos, intelectuales o críticos?»