LA SEÑAL DE DIOS
-«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".» (Is 7, 12-14)
RECEPCIÓN DE LA PALABRA
En los contratos de transacción, más aun si son importantes, es normal pedir una señal. Así, en caso de rescisión, no quedará perjudicada la parte comprometida, que, debido a la promesa de compra o adquisición, hasta habrá retirado su oferta.
La señal obedece, de alguna forma, al temor de que no cumpla su palabra el que se ha comprometido a comprar, aunque haya hecho la oferta en firme. Es posible que por diversas circunstancias, se pueda volver atrás, y no siempre de manera culpable.
En las actuales circunstancias, se comprende muy bien lo que significa no poder hacerse cargo de la hipoteca sobre una casa por no poder devolver lo que se había contratado, y en este caso, se sufre el riesgo de perder casa y señal.
En un lenguaje cultural comprensible, el profeta asimila la promesa del Señor a un contrato, y además con el compromiso libre, por parte de Dios, de llevar a cabo su opción de acompañar a su pueblo, adelantando la señal del pacto, que es precisamente la Encarnación del Verbo en las entrañas de María de Nazaret.
El Emmanuel se hace presente en el mundo a través de la maternidad de María. Así lo manifiesta el ángel del Señor: -«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» (Lc 1, 30-33).
Dios es fiel y cumple su Palabra. Él, además, no ofrece la señal porque así lo estipule la Alianza, sino por su propia cuenta, de manera benigna y duradera. Su voluntad es acompañar siempre a su pueblo, y si en lenguaje contractual no cumpliera, cosa imposible, también lo acompañaría, enviando a su Hijo al mundo.
Nos cuesta creer que Dios esté tan cerca de nosotros, y sin embargo, Él se ha querido encarnar como Emmanuel, “Dios con nosotros”. Sin ser pretenciosos, por la fe podemos dar crédito a la promesa divina y sentirnos en todo momento compañeros de Dios.