20. El problema, la interioridad

Refiere una anécdota oriental:

 ‘En un principio todos éramos dioses. Pero dentro de una jerarquía: dioses mayores y dioses menores. Y los hombre pecamos y el Dios grande consultó con dioses menores para saber dónde tenía que esconder el gran poder que los hombre tenían y que, por su pecado les iba a arrebatar.Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Le dijeron que lo escondiera arriba, arriba, bien arriba… Y Dios grande dijo que no, ya que los hombre con el tiempo subirían y lo encontrarían. Le dijeron que abajo, bien abajo. Y tampoco lo creyó oportuno porque los hombres bajarían y lo encontrarían. Ante el silencio de los dioses consejeros, Dios grande dijo: ‘Ya sé dónde lo voy a esconder. Lo esconderé dentro de cada uno, porque ahí no se les va a ocurrir ni mirar’.

La interioridad siempre es una manera de referirnos al ‘silencio que somos’. Nuestro silencio, el que define nuestra identidad, no es un silencio: añadido ni tecnificado. Sencillamente, no ‘se fabrica’; se encuentra. Es la interioridad.
El hombre tiene que entrar en sí, encontrarse… Y no es una frase recurrente. Es una necesidad tan universal y castiza como la de la tradicional escolástica: primero ser, después filosofar, trabajar…
Pero siempre que el hombre se sitúa ante sí mismo encuentra un muro, o un laberinto temible, y más dentro del panorama de las ciencias modernas, que han atomizado al hombre, lo han fragmentado y absolutizado el fragmento. De este modo ya ni se sabe qué es prioritario ni por dónde comenzar, ni siquiera qué es lo que hay que hacer. Y el hombre se cansa de tanto sin-sentido.
La interioridad tiene, al menos, cuatro grandes significados:

  1. La interioridad como búsqueda de nuestro ‘adentro’: ‘entra dentro de ti’ (GS 14). Significa: ‘encontrarme’.
  2. La interioridad como el ‘lugar’ desde el cual realizo mi verdad religiosa; mi referencia a Dios, necesaria. Dios es parte de mi definición. Significa: ‘encontrar a Dios en mí’ (Inhabitación de la Sma. Trinidad; ‘encarnación’ de Dios en mí, incluso ‘corporalmente’ (Col 2,9).
  3. La interioridad como ‘transcendencia’. Significa: ‘encontrarme en Dios’.
  4. La interioridad significa: percibir y reverenciar toda forma de presencia de Dios en todo y. sobre todo, en los demás. Significa: ser un pequeño ‘en-manu-el’ para todos.

El ‘adentro’ de cada uno es una soledad sonora, que hay que recuperar. El hombre puede desconectarse de su interioridad santa y mantener su conciencia dispersa, derramada. No mantiene su conciencia dentro de la experiencia de esa soledad en la que cada persona debería sumergirse para sentirse ‘propiedad de Dios’, ‘sumergida en la soledad de Dios’.
La ‘soledad’, recuperada como ‘imagen de Dios’, no es una manera de elaboración psicológica. Es una identificación progresiva con Cristo Jesús, ‘más íntimo a mí que yo mismo’ (San Agustín).
Ya no se busca solamente la ‘imago Dei’ (imagen de Dios), sino ser ‘semejantes a su Hijo’. Por eso, la interioridad está relacionada ya, necesariamente, con la persona misma de Jesús, hombre perfecto: de lo que se trata es de ‘transformarse en imagen de Jesucristo’ (2Co 3,18).