Quizás el mayor reto psicológico y espiritual que tenemos cuando alcanzamos la mitad de la vida es el de hacer duelo por nuestras muertes y pérdidas. A menos que hagamos adecuadamente duelo por nuestros daños, pérdidas, injusticias de la vida, sueños frustrados, radical insatisfacción, por las cosas que tuvimos y pasaron, siempre viviremos dentro de una fantasía insana o dentro de una amargura que se intensifica cada día más.
Espiritualmente vemos un ejemplo de esto en la historia del hijo mayor de la parábola del Hijo pródigo. Su amargura y resistencia a tomar parte en la celebración de la vuelta de su hermano indica que todavía se apega a -las injusticias de la vida, a su propio daño, y a todas sus fantasías insatisfechas. Vive en la casa de su padre, pero ya no recibe el espíritu de esa casa. Por tanto está amargado, se siente engañado, y vive sin alegría. Entonces tenemos una elección: Podemos gastar el resto de nuestras vidas enfadados intentando protegernos de algo que nos ha sucedido, muerte y golpes de la vida, o podemos sentir pena por nuestras pérdidas, abusos, y muertes, y a través del duelo, alcanzar los gozos y alegrías de los que somos capaces.
La elección es realmente una elección pascual. Nosotros afrontamos muchas muertes en nuestra vida, pero nosotros decidimos si aquellas muertes serán terminales (apagando nuestra vida y espíritu) o son pascuales (abriéndonos a una vida y espíritu nuevos). El duelo es la llave para esta última elección. Hacer una buena experiencia de duelo, no consiste, sin embargo, en abandonar lo antiguo, sino en permitir que eso nos bendiga. (The Holy Longing: The Search for a Christian Spirituality, Doubleday)
Rolheiser es un Misionero Oblato de María Inmaculada y escribe regularmente una columna de un periódico sobre espiritualidad. Vive en Canadá.