Los cuarenta días penitenciales y los seis domingos que siguen al martes de carnaval y preceden la Pascua son días de una gran calma en el año litúrgico. Desde que hace muchos siglos la fecha de Pascua se determina anualmente por el primer domingo después de la luna llena antes o después del 21 de marzo, la mezcla del tiempo físico y espiritual es virtualmente inevitable. La unión resultante del invierno profundo y la preparación santa convierte la reflexión, incluso la penitencia, en una actividad natural.
Cuaresma es un tiempo en el que los cristianos decoran iglesias de piedra con el color del mar y visten a sus sacerdotes con la púrpura del molusco. Hubo un tiempo en el que todas las cosas pasaban a través de la depresión natural de la reclusión, con pocas provisiones, sin actividad, un tiempo en el que el que tanto el cuerpo como la tierra descansan. En el campo es un tiempo de sosiego, una cordura final antes del derroche absurdo de la primavera.
De nuevo es Cuaresma, y por un poco nieve más puedo disfrutar del aislamiento del frío, puedo atender lacónicamente a quién soy yo, lo que valoro y el por qué estoy aquí. La religión siempre ha guardado el tiempo de la tierra. La liturgia sólo confirma lo que antes conoce el corazón” (Wisdom in the Waiting: Spring’s Sacred Days, Loyola Press)
- Tickle is contributing editor in religion for Publishers Weekly and the author of more than two dozen books. She lives in the rural community of Millington, Tennessee.