27. Dios nos educa

Existe un afán por aprender doctrinas y nociones. Sin embargo tal interés puede ser una forma de codicia que dificulta el camino en lugar de despejarlo; no siempre tener una calidad de discípulo es aceptable.

Todo lo que el hombre 'se enseña', o 'aprende' al margen de la influencia de Dios puede ser, sin darse cuenta, una de tantas maneras de darse seguridad: esa intención honda que organiza nuestras vidas secretamente y las deforma, haciendo de todo un modo afectivo de estar presentes y de buscarnos.

Frecuentemente engorda el ego y crecen las barreras para la entrega. Ésta siempre ocurre en la pobreza profunda de quien se ha liberado de las barreras oscuras de su mala organización mental, emocional y aun corporal, que destruyen la sencillez de la fe y la serena seguridad de quien se deja en manos del Amor.

Es esencial instruirse, pero todo ha de llevarnos a aprender y realizar las condiciones necesarias para dejarnos enseñar por Dios, porque 'Dios enseña a todos'.
Ser discípulo no es una tarea fácil porque siempre creemos que sabemos lo suficiente, y que difícilmente nadie nos puede enseñar de verdad.

Es buena la recomendación:

Para empezar, tendréis que enseñar a la gente a aprender. Y antes de eso tenéis que enseñarles que todavía hay algo que aprender. Se imaginan que están preparados para aprender. Pero quieren aprender lo que se imaginan que hay que aprender, no lo que tienen que aprender primero. Cuando hayáis aprendido todo esto, podréis concebir una manera de enseñar. El conocimiento sin la capacidad especial de enseñar no es lo mismo que el conocimiento con esta capacidad"
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La condición del discípulo de Cristo Jesús es, exactamente la de ser discípulo, la de aprender, en el sentido de san Pablo: 'aprender a Cristo' (Flp 3,8.10), aprender al Maestro: interiorizarlo, aprender a ser su amigo, a comunicarse y entrar en comunión con El. Esa es nuestra razón de ser.

"El nombre de discípulo es nuestro nombre propio. Un nombre que nos constituye y define en nuestra más radical identidad y en nuestra más esencial misión. De ahí que esta palabra aparezca no menos de 250 veces en los escritos del Nuevo Testamento. ¿No es oportuno y, tal vez, aleccionador, recordar que la palabra pobre aparece también unas 250 veces en los textos del Antiguo Testamento? ¿Será meramente casual esta coincidencia? O, por el contrario, ¿no se podrá afirmar que, ser, de verdad, discípulo es una forma verdadera y radical de ser pobre?" .