35. Frederica Mathewes-Green: Pidiendo y dando perdón

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Frederica Mathewes-Green

Una tarde reciente, los miembros de mi parroquia formaron un gran círculo dentro de la Iglesia. El final del círculo se solapaba, y mi marido, el sacerdote, quedaba justo enfrente del subdiácono. El se inclinó para tocar el suelo, y entonces dijo, “por favor perdóneme, mi hermano, por cualquier falta que haya cometido contra usted”. Greg, respondió, “Te perdono”, a continuación, se inclinó haciendo reverencia y pidió perdón él también. Cuando mi marido se lo dio, se abrazaron y todos se movieron un puesto hasta la siguiente persona de la fila.

Según avanzaba el círculo, cada persona tenía una oportunidad para estar cara a cara con todos los demás, pidiendo perdón y dando perdón. Alegría mezclada con lágrimas. Una mujer con la que me había enemistado con los brazos abiertos y una sonrisa me dejo “ven aquí, que va a ser un instante”.

Hacemos esto cada año, al comienzo de la cuaresma, como hacen los cristianos ortodoxos alrededor del mundo. Pero cuando se lo cuento a amigos que no son ortodoxos se maravillan de que podamos dar y recibir el perdón sin negociar si discutir. La otra persona te podría herir de nuevo. Podrías sospechar que su arrepentimiento es fatuo.

¿Cómo podemos perdonar? Recordando cuánto nos ha perdonado Dios. Es así de simple. El perdón no se da porque una persona la merezca -si lo mereciéramos ya no seróa realmente perdón-. Cuando perdonamos, damos un caro regalo, como Dios nos lo hace a nosotros y no podemos controlar de qué manera la otra persona lo usará ese regalo, bien o mal. Pero podemos rechazarlo para seguir encadenados al pasado a través de los lazos de la ira y el juicio. La ira es un acido que destruye a quien lo contiene. Perdonamos cada año porque necesitamos hacerlo para estar saludables. Pedimos perdón porque lo necesitamos incluso más.