«La misericordia de Dios no es una idea abstracta», dice Francisco. Lo decimos también nosotros, de muchas maneras, incluso en nuestras más populares expresiones: «Obras son amores… y no buenas razones», o con aquella otra que dice que «no es lo mismo predicar que dar trigo»…
El papa Francisco nos lo ha recordado en múltiples ocasiones. Más de una vez ha dicho en sus homilías que Dios no es un «spray», y que no se aman las ideas, sino a las personas. En efecto, el amor de Dios es un amor concreto, «como el amor de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo» (MV, 6). El amor y la misericordia, que nacen de la compasión, tiende a proyectarse en obras, gestos y signos concretos. Resuenan en nuestros oídos la voz del maestro en el evangelio de Mateo, en su capítulo 25: «¿Cuándo te vimos….? …Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis pequeños…». Así nos gusta saberlo y sentirlo a todos.
Es algo más que esa «regla de oro» que anida en todo corazón humano y que nos lleva a no tratar a los demás como no queremos ser tratados nosotros, o a no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran. Se trata, más bien, de poner el amor a actuar en positivo, dándole una nueva visión a esa regla dorada, como lo hizo Jesús: ya no es un «no hacer el mal a nadie» -lo cual no sería desdeñable-, sino de un «hacer a los otros lo que nos gustaría que nos hicieran»; esto es, hacer el bien, hacerse prójimo, sobre todo de quien más lo necesita. «¿Cuándo?», preguntaban a Jesús. «Cuando lo hicisteis a uno de estos pequeños. .. entonces lo hicisteis conmigo». Es, por tanto, el amor en activo y en concreto, el amor «operante».
En estas palabras ha encontrado la tradición de la Iglesia su propia formulación de las conocidas «obras de misericordia». El Catecismo de la Iglesia Católica, dentro de una sección que se titula «El amor a los pobres» (nn. 2442-2449), las recoge en su versión clásica. Estarían, por un lado, las «corporales»: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, redimir al cautivo, enterrar a los muertos… Y, por otro lado, las «espirituales»: enseñar al que no sabe, dar consejo a quien lo necesite, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por vivos y difuntos. El amor concreto al prójimo «no puede limitarse simplemente a las exigencias materiales, sino que es capaz de entrar en el alma, donde a menudo la necesidad de ayuda es más apremiante» (Riño Fisichella).
Aunque quizá la formulación de algunas de ellas haya de ser actualizada o adaptada a las circunstancias actuales, lo importante es hacia dónde apuntan. En ellas se muestra de manera concreta y tangible nuestro amor al prójimo. De ahí que el papa Francisco haya dicho con claridad en la Bula de convocatoria del Jubileo que: «La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos» (MV 15). En esto consiste, en definitiva, el juicio: en que «tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…» (cf. Mt 25).
Sí. El papa Francisco quiere que reflexionemos sobre las obras de Misericordia corporales y espirituales y las pongamos en práctica [En el mensaje dirigido a los Jóvenes que se preparan para la XXXI JMJ que tendrá en lugar en Cracovia, les ha propuesto algo bien concreto: que «durante los primeros siete meses del año 2016 elijan una obra de misericordia corporal y una espiritual para ponerla en práctica cada mes»]. Hacerlo será un modo para «despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina».
En estas obras encontramos, como hemos dicho, un elemento de discernimiento y de juicio. Así nos lo ha recordado el Papa: «No podemos escapar a las palabras del Señor y con base a ellas seremos juzgados… No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida, nos examinarán del amor» (MV 15). Sin duda, todo un desafío para nuestra vida cristiana.
Francisco no solo nos ha pedido redescubrir la riqueza contenida en las obras de misericordia, sino que nos ha propuesto incluso ganar así la indulgencia «cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras» [Carta del Papa Francisco a Mons. Riño Fisichella, con la que se concede la indulgencia durante el Año Jubilar de la Misericordia (1 de septiembre de 2015).].