5. No matarás por exceso

Hay acciones necesarias que no hacemos y acciones secundarias que multiplicamos en exceso. La obesidad también es una enfermedad de la evangelización. En los países del hemisferio norte tenemos muchas eucaristías, muchas organizaciones, muchas revistas, muchos grupos, muchas actividades de todo tipo. Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Cada parroquia, cada diócesis, cada instituto religioso, cada movimiento quiere hacer «su» pastoral. Todo el mundo aspira a tener «sus» encuentros, «sus» pascuas, «sus» publicaciones, «su» parcela perfectamente acotada. Unir fuerzas parece algo indeseable en la teoría o, por lo menos, inalcanzable en la práctica. Se invoca la imprescindible diversidad carismática, el riesgo de un uniformismo frío, el peligro de la megalomanía pastoral. ¿Quién ignora estos demonios? Pero los remedios suelen ser peores que la enfermedad. Cuando se hacen muchas cosas sin horizontes amplios, cuando no se discierne su oportunidad y calidad, se pueden quemar fuerzas inútilmente. Hasta se puede matar el atractivo del evangelio a base de una insistencia machacona y banal. El evangelio no nace cuando no se anuncia. Pero puede morir cuando se anuncia en exceso.

El fenómeno inflacionista parece evidente: tenemos muchas más cosas de las que dignamente podemos llevar. Y lo que es peor: tenemos muchas más cosas de las que seguramente necesitamos. Mientras, acaso carecemos de las verdaderamente necesarias. Donde hay inflación acaba habiendo devaluación. Muchas revistas, pero pocas de calidad. Muchas eucaristías, pero ¿cuántas se preparan adecuadamente? Muchos grupos, pero tal vez sin acompañamiento y sin enganches con la iglesia grande.

Nos cuesta caer en la cuenta de que las mejores cosas poseen un vigor intrínseco que no es necesario apuntalar desde el exterior, como se hace con los edificios antiguos declarados en estado ruinoso. El buen artista no necesita un escenario barroco para proponer su arte. El genio suele aparecer con mayor brío en un marco sobrio que no distraiga de lo fundamental. Lo mismo sucede con el evangelio. Hay acciones que sirven para disponer a la persona a acogerlo. Son acciones que suponen una fe real en el Espíritu Santo. Hay otras que parecen querer apuntalarlo como si se tratara de un edificio ruinoso que a duras penas se mantiene en pie. Eucaristías hinchadas de moniciones, símbolos, explicaciones a todo. Grupos encadenados a una cadena continua de actividades en todos los órdenes.
 
¿Cómo caminar hacia una evangelización que disponga a las personas a la escucha del mensaje, pero que no traspase el umbral del misterio, que  no sustituya la acción del Espíritu? ¿Cómo lograr una evangelización que diga lo sustancial de manera nítida pero que no diga demasiado? ¿Cómo avanzar hacia una evangelización menos fragmentada, menos particularista, más comunitaria y, si se entiende bien, más sobria?

Desde hace décadas se oyen voces que postulan una «dieta evangelizadora», un ayuno prolongado de producción pastoral. Son voces extemporáneas, desoídas, que sólo se invocan de vez en cuando como mensajes curiosos, pero impracticables, ajenos al sentido común. ¿Y si estas voces contuviesen más verdad de la que apresuradamente tendemos a concederles? Cuando uno ayuna, pierde peso, ciertamente; en alguna fase, si el ayuno es prolongado, pierde incluso fuerza; pero también se libera de toxinas, gana en agilidad y hasta se dispone mejor para la actividad espiritual.

¿Se podría vivir colectivamente un “ayuno pastoral”? ¿Cuándo va a llegar un sínodo diocesano, o un capítulo religioso, o una asamblea parroquial, que busque una mejor evangelización eliminando acciones y no multiplicándolas?

La «obesidad evangelizadora» desfigura la silueta joven de la iglesia, la convierte en una matrona pesada. La multiplicación innecesaria de actividades encaminadas a una sobrealimentación espiritual absorbe muchas energías que deberían ser encauzadas hacia una evangelización más misionera. La productividad y la organización son pilares básicos de la sociedad burguesa y por lo  tanto, de la iglesia que vive en ella. Pero alguna vez habrá que sugerir otras formas de acción pastoral que se conviertan en alternativa frente al exceso de las sociedades modernas.

La Pascua es siempre un tiempo antiobesidad. El Cristo que se levanta de los muertos y asciende al cielo es el símbolo de lo grácil. Y lo grácil es siempre fruto de la gracia. Donde hay gracia hay I agilidad. No puede haber vida donde hay exceso que aprisiona y mata.