50 años de vida en relación (1ª parte)

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Somos Fernando y Adela y deseamos transmitiros lo que, para nosotros, ha supuesto alcanzar los 50 años de vida común, unidos con el vínculo matrimonial por la Iglesia. Un sacramento al que llegamos como culmen de un proceso iniciado siete años antes, cuando ambos sentimos una atracción mutua. Y una vida que nos permite decir que, a diferencia de lo que el mundo se empeña en presentar de desencuentro y desamor, el amor para toda la vida, que nos profesamos hombre y mujer en el matrimonio, es posible y merece la pena ser experimentado.

La aparición de uno en la vida del otro supuso aportar actitudes y cualidades que se complementaban y que hacían de los dos la naranja perfecta. Si uno aportaba alegría, apertura y sensibilidad, el otro era serio, sincero, tierno y leal.

Durante el largo noviazgo forjamos nuestro futuro. Soñamos con nuestro hogar, con los hijos que tendríamos. Seríamos un matrimonio modelo, aún con nuestras diferentes formas de ser y de pensar. Así, con el paso del tiempo, nuestra comunicación iba haciéndose más íntima. Apenas existían silencios entre nosotros. Parecía que no teníamos secretos que guardar y, tanto uno como el otro, solíamos estar atentos a las sugerencias y deseos que surgían en cualquiera de los dos. La escucha activa ante cualquier tema, que cualquiera de los dos podíamos plantear, ya fueran sueños o inquietudes, nos permitía sentirnos acogidos e importantes a los ojos del otro. Se nos hacía difícil ver algo imperfecto en el contrario y cualquier pequeña rencilla que surgía entre nosotros la solucionábamos con gran facilidad.

Tuvimos que marcharnos al extranjero, por motivos de trabajo, a las pocas semanas de nuestra boda. Fue la ocasión de vivir plenamente el uno para el otro, sin apoyo familiar ni de amistades. Inmersos en un idioma y un ambiente sociocultural muy distintos a los que habíamos vivido hasta entonces. Una ocasión que nos permitió comunicarnos de forma clara, abierta y sincera, a la vez que seguir forjando nuestro futuro con entusiasmo e ilusión viviendo una común-unión.

La vuelta a España supuso iniciar una segunda etapa de nuestra vida. Sin embargo, seguimos viviendo la ilusión de los primeros tiempos. La aparición de nuestros tres hijos, en apenas cuatro años, y el trabajo de ambos, supuso el inicio de un cambio en nuestra vida de relación.

A pesar de ser un matrimonio, digamos que normal, que había formado una familia y que no se distinguía por tener excesivos desencuentros, sin embargo, al cabo del tiempo, inmersos en esa felicidad y sin apenas darnos cuenta, comenzaron a aparecer las primeras discrepancias entre nosotros y la etapa de romance que habíamos vivido hasta entonces, comenzó a tornarse en desilusión. Lo que hasta entonces nos había atraído y cautivado a uno del otro, se convirtió, como por arte de magia, en obstáculos, que incidían en nuestras prioridades y nos hacían cambiar nuestras actitudes y comportamientos de forma que, con relativa facilidad, comenzaron a surgir entre nosotros las excusas para evitarnos.

El resultado de aquello fue que nuestra vida cayó en la monotonía y la rutina. Vivíamos bajo un mismo techo, pero vidas paralelas, de forma independiente, sin inmiscuirnos en la vida del otro, tratando de no sufrir demasiado en la desilusión. Y, fruto de esta, cada uno comenzó a encerrarse en sí mismo, preservando su intimidad y compensando en el trabajo, los niños, la cocina, la televisión, los amigos, las actividades eclesiásticas, y los hobbies, lo que ya no encontraba en la relación. Aquella ansia inicial, que nos hacía estar tan a menudo los dos juntos, dejó paso a la búsqueda continua de la compañía de otras personas y matrimonios amigos, como una forma de escape. Es verdad es que no lo pasábamos mal, pero era una forma de vivir que nos restaba intimidad y nos hizo perder la comunicación profunda. De esa forma nuestros diálogos se convirtieron en mera transmisión de noticias sobre el trabajo, los niños, la casa y poco más. En definitiva vivíamos como casados-solteros, tratando de que prevaleciera en nosotros la tolerancia mutua, que no la aceptación, lo que, a pesar de que intentábamos vivir en paz a toda costa, nos hacía sentir insatisfechos e infelices y generaba, con frecuencia, desavenencia y tensión entre nosotros dos.

Cuando llevábamos 12 años de casados, y con nuestros tres hijos de 9, 7 y 5 años, se produjo un punto de inflexión en nuestra relación. Accediendo a la invitación de un matrimonio amigo, tuvimos la oportunidad de vivir, junto a otras parejas, sacerdotes y consagrados, un “fin de semana de relación” que impartía el movimiento católico de Encuentro Matrimonial. Y allí, en aquellas 48 horas, aprendimos una técnica de comunicación que nos ayudó, y aún hoy día sigue ayudándonos, a conseguir un nuevo estilo de vida que hizo retomáramos el sueño de felicidad que sentíamos cuando decidimos unirnos en matrimonio.