“Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.” (Jn 21, 4.12)
La expresión “día nuevo”, “día octavo”, “último día”, se aplica sin duda al día de Pascua, al día de la Resurrección de Cristo, al dominio sobre la muerte. Las profecías tienen cumplimiento, “algo nuevo está brotando, ¿no lo notáis?” Jesucristo, con su claridad, ilumina todo el día, y si cabe mayor luz, es entrada la mañana cuando resplandece el sol sin ocaso.
Los discípulos consagraron esta hora subiendo al templo para orar. Es la hora dedicada al Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, que infundió sobre sus Apóstoles en la mañana de Pascua y el día de Pentecostés. “Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños.” (Act 2, 14-17)
Es la hora del trabajo, el momento en el que pasó el Señor y miró a los que estaban parados: “Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo." (Mt 3, 4).
El que cree no vive hora vacía, huérfana de la presencia divina, pero a su vez sabe apoyarse en la sacramentalidad que le ofrece cada hora en referencia a la vida de Jesús, el Maestro. Y a media mañana no sólo tiene el posible descanso para tomar el bocadillo, sino que cabe recordar la hora en que Jesús invitó a los suyos a almorzar, y envió sobre los Apóstoles el Espíritu Santo, como tregua y vaso de agua en la fatiga.
¿Vives así la jornada?