¡Abbá, fiat! El cumplimiento del sexto día

27 de septiembre de 2006

I. Meditación

A vocación no es sólo llamada de Dios, es también respuesta. Si no hay dignidad mayor que la de ser interpelado por Dios, no hay responsabilidad mayor que la de responder a su llamada, e intervenir en el diálogo con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas. Vivir se convierte entonces en diálogo de vida con un Dios que nos habla e interpela de mil formas; a quien no somos indiferentes. En el diálogo hemos de empeñar todo lo que hay en nosotros -nuestra alma y cuerpo, nuestra interioridad y exterioridad, nuestra mente y corazón-; todo ha de convertirse en respuesta.

Hacer de la vida una respuesta dialogal es colaborar en el fiat que Dios espera de cada hombre y mujer que ha creado. Es colaborar en la nueva creación que Dios sueña.

El «Fiat!» del Abbá Creador

Yahweh habló y todo se hizo (Sal 33,8). La Palabra creadora del Abbá es distinta de la palabra humana; no está vacía (Deut 32,47; Is 55,11) sino que es poderosa y está llena de potencia creadora. La palabra de Dios es espontánea y simultáneamente ese borboteo del que surge la vida: las miríadas de mundos, de seres, de presencias. Para quien tiene oídos y sabe leer, una sola expresión: Y dijo Dios, contiene la Biblia entera.

«Cuando el eran maestro recitó el pasaje: Y dijo Dios, el éxtasis se apoderó del rabino Sussia; éste empezó a gritar y a agitarse con tan salvaje furia que puso en revuelo a todos los comensales y tuvieron que echarlo fuera. Quedóse entonces en el pasillo, golpeando las paredes y gritando: Y dijo Dios. No logró tranquilizarse hasta que el gran maestro llegó al final de su explicación» (M. BUBER, Les Livres Chassidiques, p. 432).

Esas pocas palabras le bastaban. Y dijo Dios tiene una significación desconcertante: que Dios ya no quiere estar solo; que busca un interlocutor, alguien que le escuche. Dios desaparrama sus palabras, hechas realidad, en la creación, pero desea que sean escuchadas; el oyente surge en cuanto Dios pronuncia la primera sílaba; antes de crear su vocabulario en las cosas, Dios Padre pensó en el hombre, su interlocutor. La palabra, por su propio valor, no puede quedar colgada en el vacío; crea el oído, suscita de inmediato el tú que la recibe. Todas las realidades creadas son la llamada, el discurso que Dios Padre dirige a los hombres… una llamada permanente.

Pero ¿qué decía Dios? Según la traducción de la Vulgata, Dios iba diciendo una y otra vez: Fiat… Fiat… Al compás de su voz interpelante y vigorosa iba emergiendo de la nada la creación; se iba constituyendo un maravilloso cosmos, lleno de bondad y belleza. Todos sus pensamientos, sus sueños se hacían realidad bajo el embrujo de esta palabra «fíat!». Así desde el primero hasta el sexto día.

El «fiat» que el Abbá espera

La segunda obra del día sexto fue la creación del hombre. Dios se decidió a crearlo: «Hagamos al hombre». Dios participó en esta creación de modo mucho más íntimo e intensivo que en la creación de los seres anteriores. No pronunció la expresión de siempre «fiat!»; dijo «faciamus!», un «¡hagamos!» que no tenía la imperatividad del «fíat». Dios creaba la libertad. Por esto, al hombre le corresponde colaborar en su propia creación pronunciando un imperativo «fiat!». Dios ha decidido no suplantar al hombre para que sea él, sólo él, quien pronuncie ese «fiat» complementario. Al fiat, del Creador ha de corresponder el fiat de la criatura libre.

¿Fue realmente así? El relato de la caída de nuestros primeros padres y la historia de la humanidad nos indican que el hombre y la mujer no respondieron al Dios del Fiat con un fiat sin reservas. En lugar de asociarse al fiat de Dios en la creación, dijeron el no del pecado, e instauraron en el proceso de la creación una semilla de división, de caos. El día sexto, el día de la creación del hombre quedó -en cierta forma- pendiente. El Dios que ha podido crear al hombre sin el hombre, no puede llevar a cabo la creación sin el hombre, sin su aceptación en libertad. Este es el «riesgo» que comporta la «aventura» de Dios cuando pronuncia el fiat creador.
 
El «fiat» del Nuevo Adán, de la nueva Eva

Con el decurso del tiempo Dios fue encontrando hombres y mujeres que estuvieron dispuestos a cumplir su voluntad. Pero el grado supremo de identificación con la voluntad de Dios lo realizó María cuando en la Anunciación respondió al Mensajero de Dios: ¡Fiat! Y, sobre todo, cuando el día sexto, el día de la muerte de Jesús, lo ratificó con su silencio, su presencia, con el asentimiento al sacrificio de su Hijo. El fiat de María trajo a la tierra al hombre «a imagen y semejanza de Dios», al icono viviente del Padre, llevó a culmen la creación. En ella encontró Dios Padre la respuesta en libertad que necesitaba para realizar el Génesis de su Icono viviente, Jesús. Y el fiat de Jesús, pronunciado apenas llegado a este mundo («Heme aquí, Padre, que vengo a cumplir tu voluntad») y ratificado dolorosamente en Getsemaní («No se haga mi voluntad, sino la tuya») hizo que sobre María -prototipo de una nueva humanidad icónica- se derramara toda la gracia del Padre (i Alégrate, agraciada!) y apareciera como la Inmaculada, la Nueva Eva. La afirmación del fíat no es un simple enunciado, sino la brillante victoria sobre el caos, sobre la negación de Dios.

El «fiat» permanente de la vocación

La creación no es únicamente algo del pasado. Dios «está sin pausa creando». Cada día se produce el milagro de nuevas vidas bajo la voz imperativa de Dios, diciendo fa-damas. Cada día, sobre todo, son creadas miles de vidas humanas. Cada día Dios Padre pide al hombre su fíat para llevar a cumplimiento el día sexto.

Tenemos la maravillosa oportunidad de colaborar en el sexto día de la creación del hombre «a imagen y semejanza de Dios». Cuando pronunciamos un fiat existencial permanente hacemos posible que la palabra creadora actúe en nosotros con toda su eficacia y, al mismo tiempo, transforme toda la humanidad haciéndola icono de la comunión de Dios. Si pronunciamos el fíat que el Abbá espera de nosotros haremos progresar el sexto día de la creación y nos acercaremos al descanso. Formaremos parte de la descendencia del Nuevo Adán y de la Nueva Eva. Seremos de aquellos con quienes Dios cuenta para establecer su Reinado y llevar a plenitud su creación.
El fiat, como respuesta vocacional, debe superar el no del pecado: de nuestros pecados personales y del pecado del mundo. Por eso, sentimos un gran estremecimiento antes de pronunciarlo y, a veces, nos resulta tan difícil mantenerlo. Es un fiat que nos saca de nuestra tierra, de nuestras seguridades, sobre todo de nuestra autonomía y nos introduce en ese mundo donde se cumple la voluntad del Padre y donde su Palabra es siempre obedecida. El fiat es la negación a ser nosotros protagonistas de nuestra vida: incluso a ser los protagonistas del bien que podamos hacer. Es abandono. Es la heróica pasividad de la obediencia. Es el asentimiento a nuestra incapacidad y a su Omnipotencia: «Tú, Señor, me conoces; Tú sabes cuál es mi barro; yo no puedo, Tú sí». El fíat es acoger ese amor impresionante que Dios derrama y desborda sobre nosotros. Es aceptar el gozo de ver cómo Dios no necesita de nuestra perfección para manifestarse a través de nosotros, pero sí de nuestra docilidad. La dinámica del fiat nos irá despojando más y más de otras voluntades, distintas de las de Dios, que nos piden obediencia, nos liberará de personas, de gratificaciones afectivas, de búsquedas de nosotros mismos. Pero, al mismo tiempo, nos dará más luz para descubrir las necesidades de nuestros hermanos y para responder a ellas. El fíat no nos quita la libertad. Nos deja con una responsabilidad renovada. ¡Qué bien lo expresaba aquella amiga que me escribía!:
«Cuanta más luz me da, más libre me siento hasta para darle la espalda definitivamente. Eso me da pánico. Pero reclama mi entrega; quiere ser mi único Señor; me lleva a un despojo absoluto; no quiere que haga el mal y tampoco el bien; sólo quiere que haga su voluntad, que actúe desde El buscándole a Él y no desde mí».

Nos exige el riesgo de abandonar nuestras tinieblas, nuestras cadenas, nuestras enfermedades. El fiat a la Palabra nos exige levantarnos, ponernos de pié y estar dispuestos a caminar sobre las aguas, emprender un éxodo hacia la libertad. Nos pide creer que no somos engañados.

El «fiat» permanente a la Palabra, a Jesús

«Fiat mihi secundum verbum tuum» (Hágase en mi según tu palabra) dijo María. Acogió la Palabra; dejó que se apoderara de ella, que penetrara en su memoria, en su imaginación y fantasía, en su inteligencia, en su corazón… hasta en su cuerpo. La Palabra la en-amoró, absorbió toda su capacidad, se convirtió en su centro afectivo. La Palabra es siempre más poderosa que nosotros y, por eso, cura, da energía, libera. El fiat a la Palabra nos abre a la Luz, al calor, al fuego dinamizador, a la vida.

¿Cómo mantener el diálogo con Dios sin escuchar, sin acoger, sin meditar su Palabra? Más generoso será el fiat cuanto más fuerte sea el impacto de la Palabra. La Palabra es, ante todo, la Biblia.

«Cuando leían la Biblia, los Padres de la Iglesia no leían unos textos, sino que leían a Cristo vivo, y era Cristo quien les hablaba; consumían la palabra como el pan y el vino eucarísticos, y en la palabra hallaban la profundidad de Cristo»

Palabras de Dios son todas las realidades creadas. Los hombres son las palabras con las cuales Dios nana su historia. Las palabras de Dios llenan la tierra. Y, junto con sus palabras, sus dones, sus regalos imprevisibles, como amor derramado.

La Palabra de Dios ha de conducir la vida del llamado. Ella ha de ser el texto a través del cual responderemos el drama o la comedia de nuestra vida. El Espíritu a través de ella nos irá configurando con Jesús, el Hombre Nuevo; y emergerán en nosotros –a través de todo un itinerario espiritual que El nos regala- los rasgos de Jesús, la imagen semejante de Dios, que el Abbá soñó para nosotros desde el primer día de la creación. Como Jeremías, hemos de devorar la Palabra apenas llegue a nosotros, y de la forma que sea.

II. Resonancias

Textos para meditar

«Tus olas me dejan con frío,
tus olas, acompasando.
Tus olas me dejan con frío,
todo un mar, regando.
Tus olas me dejan con frío,
¡Qué bien, Dios mío,
si me sigo ahogando!
(J.P. D’Ors)

«Para el c teo el peor momento es aquel en que siente que debe agradecer y no sabe a quién» (G K.Chesterton).

«La manifestación de los Divino no modifica el orden aparente de las cosas. como tampoco la consagración eucarística modifica ante nuestros ojos las santas especies:.. Tan sólo se hallan acentuadas en su sentido. Como esa: materias traslúcidas que un rayo encerrado en ellas puede iluminar en bloque, para el místico cristiano el Mundo aparece añado por una luz interna que intensifica su relieve, su estructura y sus profundidades. Esta luz no es el matiz superficial que p cede captar un goce grosero. Tampoco es el brillo brutal que destruye los objetos y ciega la mirada. Es el destello fuerte y reposado, engendrado por la síntesis en Jesús de todos los elementos del Mundo…. El gran misterio del Cristianismo no es exactamente la Aparición, sino la Transparencia de Dios en el Universo. Sí, Señor, no sólo cl rayo que roza, sino el rayo que penetra. Nuestra Epifanía, Jesús, sino vuestra diafanía» (P.Teilhard de Chardin, El medio divino).

«Los antiguos hebreos tenían una tradición que decía que cuando Dios hubo criado todas las cosas, preguntó a todos los Angeles qué les parecía. Todos le contestaron que muy bien; pues era obra de Dios. Sin embargo, uno de los más sabios Serafines, pidiendo antes permiso, dijo: "Señor, todas las cosas Me parecen muy bien; no obstante, echo de menos una grande voz que se oyera por los cuatro ángulos de la tierra y dijera continuamente: ¡Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios…!". El Señor no le contestó, pero ya tenía en su mente divina dispuesta esta voz, que es Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar, que por ésto se llama Eucaristía, que quiere decir accion de gracias. En los sagrarios día y noche da gracias a Dios… Aprendamos de El la gratitud y a darle continuamente gracias por habernos criado, redimido y llamado al estado de Religión» (A.M. CLARET).

Celebración de la Respuesta

Canción de entrada: "Somos ciudadanos de un mundo"

Monición de entrada:

Todas las palabras de Dios son llamadas, interpelaciones. El tiene la iniciativa del diálogo permanente con nosotros, sus hijos e hijas. Nos habla de mil
cormas y maneras. Se dirige a nosotros, sobre todo, a través de Jesús, su Palabra viviente y del Espíritu, voz y susurro de su amor y memoria permanente de Jesús. Abrámonos a la Palabra en esta celebración como María: «¡Hágase en nosotros según tu Palabra!»

Oración de la Palabra (todos):

Al hacernos destinatarios de tu Palabra,
al elevarnos al rango de interlocutores tuyos,
Abbá de Jesús y nuestro,
nos has concedido "la gracia de todas las gracias".
Esa es la mayor consagración y el mayor honor
que Tú, Padre bueno, podías demostrarnos. Tú nos consideras capaces
de comprender tu Palabra, de acoger tu Espiritu.
¡Haznos comprender lo que significa
entrar en dialogo contigo! Deberíamos caer al duro suelo de nuestro ser,
estremecidos…
y, olvidando nuestros deseos inmediatos,
exclamar únicamente, como Pablo: "Señor, ¿qué quieres que haga?"
Y Tú que nos haces caer,
haznos también capaces de estar de pie ante tu voz,
de responderte.
Háblanos y danos un nombre nuevo, un nuevo ser,
una nueva capacidad.
Tu Palabra es creadora, transforma la rea1idad,
destruye la muerte y suscita la vida. "Hágase en mí según tu Palabra".
Que la Palabra germine en nosotros copio en la tierra buena.
¡Cristifícanos, Padre!
¡Espiritualízanos, Padre!
Que seamos Palabra y Voz tuya,
poetas y poetisas del Reino ya inaugurado. AMEN.

Escucha de la Palabra

(leer pausada y meditativamente, intercalando una invocación cantada):

-  Sal 118, 9 16; 17-24; 25-32; 33-40; 41-48; 49-56; 57-64; 89-96; 97-104; 105-1 12;
– Lc 6,47-49.

Resonancias de la Palabra

Preces espontáneas

Canto final: Magnificat.