Un cordial saludo para ti que lees estas palabras que me han pedido desde Ciudad Redonda y que con gusto comparto contigo, hermano/a lector/a.
Mi nombre es Abel Mauricio, soy un Hijo del Inmaculado Corazón de María (o Misionero Claretiano), fui ordenado presbítero hace dos años y medio, y estoy integrado en una parroquia de Madrid. El recorrido vocacional que he venido siguiendo al día de hoy está fuertemente signado por el testimonio misionero de muchos claretianos y bautizados laicos que, desde el silencio y el agradecimiento por la vocación recibida, me han acompañado. Para ellos -los claretianos- y para todos los laicos que me van enseñando a ser pastor en la comunidad, y por tanto para Dios y María Santísima, todo mi afecto y mi entrega.
Durante este tiempo de ordenación he tenido la oportunidad de confrontar mis deseos iniciales -al entrar en la Congregación- y con la realidad que he ido encontrando al ejercer el ministerio. Por eso, a modo de ideas que me han ido viniendo a la mente, desde el recuerdo de unas cuantas experiencias pastorales, os comparto que para mí ser sacerdote es…
- Estar en permanente comunión con Dios y con la comunidad eclesial en la que he sido incorporado;
- Acoger a la Santísima Virgen María como Madre y brindarle un sitio especial en el corazón y en todo lo que haces en bien de sus hijos, los hijos de Dios;
- Tener los brazos abiertos para el que llega y el corazón repartido por los que aún están alejados del amor de Dios;
- Experimentar el reflejo de la paternidad y la ternura de Dios al ser comprensivo, paciente y misericordioso con quienes más necesitan ser escuchados, corregidos, alentados, orientados, exhortados… ¡amados!;
- Dejar que la gente de tu barrio, tu parroquia, tu sociedad… te reconozca como algo suyo: “mi padrecito, mi cura, mi amigo, mi confesor…”;
- Identificar el ministerio confiado con el servicio que debes desempeñar las 24 horas del día: en la celebración de los sacramentos, en los discernimientos de vida…;
- Optar por alcanzar un sueño global, pues ya no eres para tus sueños, pero consiguiendo que otros aprendan a soñar y encontrarle sentido a sus vidas;
- Ser palabra viva, voz valiente, predicación coherente y constatable, sonido en armonía con el Todo;
- Tener experiencia de Dios, más que teorías creíbles; pedir al Espíritu la renovación de esta experiencia, para así no empezar a apoltronarte en un único recuerdo pasajero;
- Vivir como oveja en el rebaño del Único Pastor, para así hacer visible el pastoreo de Dios; no es cuestión de mando y poder, sino de convocatoria y trabajo con otros;
- Limpiar los oídos para la escucha y el perdón, y los ojos dispuestos para ver más allá de lo cotidiano, ver en los signos de los tiempos la novedad de Dios;
- Amar con el corazón, reflexionar con la mente y actuar con los cinco sentidos, sin confundirse, pero en equilibrio;
- Sentirte responsable de la comunidad a la que perteneces, sin importar la edad, la cultura… ni ninguna de esa cosas que solemos declarar para justificar que el esfuerzo se aplicará exclusivamente a “los de siempre”;
- Ampliar la visión y el deseo de formar parte de una familia tradicional a una visión y deseo de construir la familia de Dios: llamar hermano y hermana a todo el que va buscando a Dios (Cf. Lc 1, 44-45), aunque lo busque de manera inconsciente;
- Pedir a Dios la humildad suficiente para no creerte con la última palabra y, por tanto, dejarte educar, a la vez que educas a tus hermanos en comunidad…
Ser sacerdote-cura-presbítero para mí está siendo un continuo reconocer que Dios me ha elegido para hacerse presente en medio de su pueblo (Cf. Lc 1, 68); ser con Cristo vivo, pan partido y repartido…
Y después de todo lo mencionado, no olvidar que aún me queda mucho por aprender y por vivir, pero sé de quien me he fiado (2 Tm 1, 12).