Abracémonos con Abrazo No-discriminatorio

Sed compasivos como vuestro Padre del cielo es compasivo”. Jesús nos retó con estas palabras, que contienen más de lo que parece a simple vista. Dios compasivo… ¿de qué forma?

Jesús mismo nos lo explica: Dios  -dice-  hace brillar el sol sobre los malos igual que sobre los buenos. El amor de Dios no discrimina; sencillamente abraza a todo, como el sol no brilla selectivamente, esparciendo su calor sobre las verduras porque son buenas, pero rehusando su calor a las malas hierbas porque son malas. El sol brilla, y todo recibe su calor sin tener en cuenta su condición.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Esto es realmente algo impresionante: Dios nos ama cuando somos buenos, y Dios nos ama cuando somos malos. Dios ama a los santos en el cielo y ama igualmente a los demonios en el infierno. Unos y otros simplemente responden de diferente manera al amor de Dios. El padre del hijo pródigo y de su hermano mayor ama a los dos, al uno en su debilidad y al otro en su  amargura, y su abrazo no depende de la conversión de sus hijos. Él los ama aun dentro de su distancia.

Y a nosotros se nos pide amar de la misma manera.

¿Cómo lo haremos? En primer lugar se nos plantea esta pregunta: Si Dios nos ama de igual forma cuando somos buenos y cuando somos malos, entonces, ¿por qué ser buenos? Ésta es una pregunta interesante, aunque de ningún modo profunda. El amor, entendido  propiamente, nunca viene a ser un premio por ser buenos. En cambio, la bondad es siempre una consecuencia de haber sido amados. Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que  -así lo esperamos- llegamos a ser buenos porque experimentamos su amor.

Pero ¿cómo podemos abrazarnos nosotros, como Dios, sin discriminación? ¿Cómo podemos hacer que nuestro amor brille sobre los malos igual que sobre los buenos, pero sin decir que nada tiene importancia, que da igual vivir de cualquier manera y hacer cualquier cosa? ¿Cómo podemos amar como Dios ama, y todavía ser fieles a lo que somos y a los valores que sostenemos?

Haremos eso manteniéndonos firmes, personal y moralmente, de una manera cortés y amable. Y, para esto, tenemos el ejemplo de Jesús. Él abrazó a todo el mundo, a pecadores y a santos de la misma manera, sin sugerir jamás que la virtud y el pecado no sean importantes. En realidad, un abrazo auténtico y cariñoso sugiere lo contrario.

Tomemos un ejemplo: Imagínate que tu hija, estudiante universitaria, viene a casa para un fin de semana junto con su novio. Tú sabes ya que están viviendo juntos, pero todavía surge la incómoda pregunta: ¿Les retas a dormir en habitaciones separadas mientras están en tu casa? Así lo haces, efectivamente; les retas y tu posición está clara: le dices a tu hija, de modo amable  pero inequívoco, que, mientras estén bajo tu techo y sin casarse, tendrán que dormir en habitaciones separadas. Tu hija objeta: “¡Qué hipocresía, mamá! ¡Tú y yo tenemos valores diferentes, y, de todos modos, creo que esto no es nada malo!”

Tu última réplica es entonces el abrazo no-discriminatorio de Jesús: Tú abrazas a tu hija y le dices que la quieres, que sabes que está ya viviendo con su novio, pero que no haga eso en tu casa, bajo tu techo. Todo dentro de tu lenguaje corporal, tu abrazo y tu persona le dirán a ella claramente dos cosas: “Te quiero, eres mi hija, te amaré siempre, pase lo que pase. Pero no estoy de acuerdo contigo sobre esta cuestión”.

Tu abrazo no dice: “Estoy de acuerdo contigo”; sencillamente dice: “¡Te quiero!”, y la afirmación de tu amor (aun cuando te mantienes fiel, personal y moralmente, a tus principios) le invitará, quizás más que cualquier otra cosa que puedas ofrecerle, a reflexionar sobre tu fondo moral y por qué te adhieres tan profundamente a ciertos principios.

Este tipo de abrazo, que irradia una amplia compasión y comprensión mientras mantienes firme tu nivel moral, es necesario no solamente en familias y amistades, sino en cualquier área de la vida  –eclesial, moral, ideológica y estética. Católicos y protestantes, evangélicos y unionistas, cristianos y judíos, judíos y musulmanes, musulmanes y cristianos, los “pro-vida” y los “pro-elección”, liberales y conservadores, gente que tiene diferente visión sobre el matrimonio y la sexualidad, gente con gustos clásicos y gente con gustos populares, todos deben adquirir suficiente compasión y empatía para poder abrazarse de una forma que exprese amor y comprensión, aun cuando el abrazo no diga que las diferencias no tienen importancia alguna.

Hay un tiempo para defender aquello en lo que creemos, un tiempo para ser profético, un tiempo para trazar una línea en la arena, un tiempo para señalar las diferencias y las consecuencias de ello, y un tiempo para resistir con fuerte oposición a valores y fuerzas que amenazan lo que tanto apreciamos. Pero ha de haber también un tiempo para abrazarnos a pesar de las diferencias, para reconocer que podemos amarnos y respetarnos unos a otros incluso cuando no sostenemos los mismos valores, cuando lo que nos es común eclipsa nuestras diferencias.

Hay un tiempo para ser compasivo como Dios es compasivo, para hacer que nuestro sol brille y caliente sin discriminación, tanto sobre las saludables verduras como sobre las malas hierbas, sin negar la identidad peculiar de cada una de ellas.