En abril todo huele a milagro porque está chisporroteando la primavera. En abril sucedió el milagro: resucitó el Señor. Porque resucitar será siempre un milagro; y tratándose de Jesús, el más natural del mundo ¿Cómo iba a quedarse El para siempre en el sepulcro? Tenía que volver a la vida. Lo sabía el Señor en el fondo de su corazón. Y lo sabía también -¿cómo no?- nuestra Señora. Al pie de la cruz se le metió en el alma esta fe como un clavo de luz. No pudo ser de otro modo, porque no hay mortal que pase el último tramo de su vida en una cruz y que mantenga su ser con aquella grandeza y dignidad. El centurión romano quedó asombrado y exclamó proféticamente: Realmente este hombre era Hijo de Dios. Al amanecer del sábado, cuando para los demás se anunciaba el alba, ya se había hecho la amanecida en el corazón de María. Para Ella ya había resucitado el Señor. ¿Por qué los Evangelios no nos dirán nada?Es que los Evangelios sólo narran la resurrección para incrédulos. Sí, para incrédulos, para los apóstoles, que no acabaron nunca de fiarse de Jesús; para apóstoles que huyeron medrosamente de su Maestro al percibir las persecuciones y el dolor.María tuvo que ser la primera que lo viera. Si fue la primera que padeció y la que más hondamente sufrió, ¿cómo no iba a ser la primera que más íntimamente se alegrara y más sensiblemente lo percibiera?Démosle, pues, hoy a María nuestra felicitación. Reina del cielo, alégrate, aleluya; porque el Señor a quien mereciste llevar en tu seno, aleluya, resucitó según lo había predicho, aleluya. Ruega al Señor por nosotros. Aleluya, Aleluya, Aleluya.
San Esteban, protomártir
Mt 10,17-22. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre