Aceptar la verdad, cualquiera que sea su ropaje

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Cuando yo era estudiante en el seminario, tuve dos clases de maestros: Un grupo de ellos, precisamente porque eran fieramente leales a todo lo que es cristiano y católico, nos habrían leído a grandes pensadores laicos, pero siempre intentando ayudar a mostrar dónde estaban equivocados estos pensadores. Nuestra tarea intelectual como seminaristas católicos -nos dirían- es ser capaces de defender el Catolicismo contra las diferentes clases de críticas que se encuentran en los escritos de esos pensadores laicos, a veces anticristianos, y guardar, libre de su influencia, la propia fe y la enseñanza. El segundo grupo de profesores acercaba las cosas diferentemente: Nos habrían leído a los grandes pensadores laicos, incluso si eran amargamente críticos de la Cristiandad y el Catolicismo, pero intentando ver lo que nosotros podríamos aprender positivamente de ellos. Estas son grandes mentes -nos decían- y, simpaticen o no con la Cristiandad, nosotros tenemos algo que aprender de ellos. No los leáis acríticamente -era su desafío- pero leed siempre intentando instruiros.

Al principio de mi condición de estudiante seminarista, por estar aún inseguro intelectualmente, me incliné más al auto-protector acceso del primer grupo de profesores y leí defensivamente a los escritores más laicos. Ahora tengo que sonreír mientras recuerdo al joven idealista pero ingenuo e intelectualmente tímido que yo era entonces, estudiante de diecinueve años no graduado, que intentaba abrir huecos a semejanza de pensadores como Nietzsche, Feuerbach, Marx, Freud, Durkheim y Lenin. Me imaginaba a mí mismo, David luchando contra Goliat. Eso parece equivocado y grandioso ahora, pero aún tengo añoranza por aquel joven de diecinueve años que estaba empeñado en esta batalla.

Más tarde, precisamente porque algunos de los valiosos conocimientos de algunos pensadores laicos empezaron a abrirse camino, a pesar de mi resistencia, empecé a acercarme más y más hacia el segundo grupo de profesores que nos habían invitado a aprender de los conocimientos de otros sin importar su ropaje. Ahora, mientras envejezco, cronológica y ministerialmente, encuentro que soy más rico y más compasivo con el exacto alcance que puedo lograr: permanecer fiel a la verdad, dondequiera que la encuentre, sin importar su procedencia. De ahí que hoy me encuentre bebiendo de toda suerte de pozos intelectuales, particularmente de novelistas y ensayistas laicos; mis facultades críticas están aún patrullando como soldados en servicio, pero ahora con  sed por los conocimientos que estos escritores tienen dentro de la vida y del alma. Ya no leo más intentando probar a alguien que está equivocado, incluso si ese autor es anticristiano. Tengo demasiado que aprender.

A veces, en nuestro temor de ser corrompidos en nuestra ortodoxia, olvidamos que muchos de los grandes teólogos de la tradición cristiana no temieron acudir a pensadores paganos, extraer sus conocimientos de la verdad y luego armonizarlos con su fe: san Agustín hizo esto con el Platonismo. Tomás de Aquino, a pesar de considerables críticas eclesiales, hizo lo mismo con Aristóteles. Irónicamente, siglos más tarde, tomamos ahora muchas de sus categorías intelectuales, que originariamente fueron tomadas del pensamiento pagano, como nuestros auténticos criterios para la ortodoxia.

Más recientemente, la Teología de la Liberación, de la mejor manera, ha hecho esto con la teoría marxista; justamente como el Feminismo, de la mejor manera, ha hecho lo mismo con la teoría social laica. Pero, en nombre de la ortodoxia, muchos de estos esfuerzos han sido vistos o con sospecha o con positivo rechazo. ¿Se atreve uno a decir que Jesús hizo lo mismo? Él recogió parábolas e historias que eran corrientes en su cultura y las vistió para apoyar sus propias enseñanzas religiosas y morales. Además, enseñó -y sin equívocos- que nosotros estamos para honrar la verdad dondequiera que la veamos, al margen de quién es el que la trae.

Pero, ¿no es esto sincretismo? Si uno recoge verdades de diversas fuentes paganas y laicas, y las armoniza con la fe cristiana de uno, ¿cómo evita uno la acusación de ser sincretista?

Recoger la verdad de una variedad de fuentes no es sincretismo. Sincretismo es combinar conocimientos recogidos de dondequiera, de una manera acrítica de contradicción interna. Pero no debemos confundir tensión con contradicción. La tensión no es necesariamente un signo de contradicción; es frecuentemente lo contrario: La verdadera fe es lo bastante humilde para aceptar la verdad dondequiera que la vea, independientemente de la religión o ideología de quienquiera que la anuncie. Las grandes mentes y los grandes corazones son lo bastante amplios para contener y llevar numerosas ambigüedades y grandes tensiones. Y los verdaderos adoradores de Dios aceptan la bondad y la verdad de Dios dondequiera que éstas se manifiestan, sin importar qué incómoda, desde el punto de vista religioso o moral, pudiera ser esa manifestación.

¡Dios es el autor de todo lo que es bueno y todo lo que es verdadero! De aquí que, como ninguna religión, ni iglesia, ni cultura, ni filosofía, ni ideología contiene toda la verdad, nosotros debemos estar abiertos a percibir y recibir la bondad y la verdad en muchos, muchos lugares diferentes, y debemos estar abiertos también a las tensiones y ambigüedad que esto trae dentro de nuestras vidas.