Hace algunos años, Michael Buckley, un teólogo jesuita de excepcional intuición, pronunció una homilía en la primera misa de un joven sacerdote que justamente acababa de ordenarse. Su enfoque fue paradójico. En vez de preguntar al joven: "¿Eres lo bastante fuerte para ser sacerdote?", preguntó: "¿Eres lo suficientemente débil para ser sacerdote?"
Esa es una curiosa inversión que es preciso entender bien: La "debilidad" a la que hace referencia al retar a este joven (y a todos nosotros) no es la debilidad del fallo moral o pecado, sino la debilidad que la Escritura atribuye a Jesús cuando afirma que él mismo estaba "acosado por todo tipo de debilidades", menos el pecado.
¿De qué forma era débil Jesús y cómo tenemos que ser débiles nosotros?
Buckley explica esto comparando a Jesús con Sócrates en cuanto a su excelencia humana (tal como ésta es juzgada con frecuencia). Así elabora su comparación:
Circula por la filosofía contemporánea una comparación clásica entre Sócrates y Cristo, un juicio entre ellos sobre su excelencia humana. Sócrates se encaminó hacia su muerte con calma y compostura. Aceptó el juicio del tribunal, disertó sobre las alternativas sugeridas por la muerte y sobre las indicaciones dialécticas de la inmortalidad, no halló motivo para el miedo, bebió el veneno, y murió. Jesús, por el contrario – ¡qué diferente! Jesús casi se volvió histérico por el terror y el miedo; "con fuertes gritos y con lágrimas se dirigió a quien podía salvarlo de la muerte". Quiso contar con el apoyo y consuelo de sus amigos y oró para poder escapar de la muerte, pero no consiguió ninguna de las dos cosas. Finalmente logró controlarse a sí mismo y se encaminó hacia la muerte en silencio y en solitario aislamiento, incluso se adentró en el terrible sufrimiento interior de la divinidad oculta, de la ausencia de Dios.
Alguna vez yo pensé que esto era porque Sócrates y Jesús sufrieron muertes diferentes, una mucho más terrible que la otra, ya que el dolor y la agonía de la cruz eclipsan la liberación de la cicuta.
Pero ahora pienso que esta explicación, aunque corre correctamente, es superficial y secundaria. Ahora creo que Jesús fue un hombre mucho más profundamente débil que Sócrates, más propenso al dolor físico y a la fatiga, más sensible al rechazo humano y al desprecio, más afectado por el amor y el odio.
Sócrates nunca lloró frente a Atenas. Nunca expresó dolor ni sufrimiento ante la traición de sus amigos. Sócrates se sentía bajo control e íntegro, nunca sobre-abierto a los demás, convencido de que la persona justa nunca podría sufrir auténtico daño. Y por eso, Sócrates -uno de los hombres más grandes y heroicos que hayan existido, un paradigma de lo que la humanidad puede lograr en el plano individual- era un filósofo. Y por la misma razón, Jesús de Nazaret era un sacerdote –ambiguo, sufriente, misterioso y salvífico.
Jesús era débil en cuanto que su sensibilidad y amor le impedían protegerse a sí mismo contra el dolor. Porque amaba profundamente, sentía las cosas profundamente, tanto la alegría como el dolor.
Las personas sensibles sufren más que otras porque su sensibilidad las hace vulnerables e incapaces de cerrar el acceso hacia el dolor -el suyo propio, el de sus seres queridos y el del mundo. Como dijo una vez Iris Murdoch: "Un soldado común muere sin miedo, mientras que Jesús murió con mucho miedo". Eso no debería sorprendernos. La sensibilidad te deja abierto al dolor.
Cuando somos insensibles solemos dormir bien, aun cuando otros estén sufriendo y nosotros hayamos contribuido a ello; cuando somos insensibles tenemos menos miedo, especialmente miedo de herir a otros; y cuando somos insensibles somos, desde muchos puntos de vista, más fuertes, porque somos más capaces de aislarnos contra el sufrimiento y la humillación. En atletismo, admiramos al jugador que puede absorber un fuerte impacto sin efecto aparente. El ser duro y resistente es admirable. Pero, no podemos decir lo mismo en el área del alma.
San Juan de la Cruz, el gran doctor de la mística, emplea la pregunta -"¿Hasta qué punto somos vulnerables y débiles?"- como criterio importante para juzgar si estamos o no en el camino recto siguiendo a Cristo.
Sostiene que profundizamos más en la vida cuando intentamos imitar la motivación de Cristo. Pero, ¿cómo sabemos si estamos haciendo eso o simplemente estamos haciéndonos ilusiones?
Su respuesta: Sabemos si estamos imitando a Cristo o sencillamente racionalizando nuestros propios deseos, según lo que comience a fluir en nuestras vidas. Si estoy realmente imitando a Cristo puedo esperar experimentar en mi vida las sensaciones que Cristo experimentó en la suya, a saber, una cierta vulnerabilidad que me deja existencialmente incapaz de protegerme contra ciertas clases de dolor. Cuando esté imitando auténticamente a Cristo, me sentiré "débil" de la misma manera que Cristo se sintió débil – más propenso al dolor físico y al cansancio, más sensible al rechazo humano y al desprecio, más afectado por el amor y el odio, más apenado por el estado de cosas, más propenso a la humillación.
La sensibilidad genuina pone al descubierto el corazón y lo deja vulnerable. Eso no siempre te da buen aspecto, pero está bien, okay. Las mejores personas en el mundo no siempre tienen buen aspecto.