El renombrado escritor espiritual Henri Nouwen no hizo ningún secreto del hecho de ser emocionalmente hipersensible y de sufrir, a veces hasta el punto de depresión clínica, de obsesiones emotivas. A veces, él, célibe con votos, estaba simplemente dominado por el sentimiento de estar enamorado de alguien que estaba absolutamente indisponible, que le dejara psicológicamente paralizado y necesitado de ayuda profesional.
Sin embargo, dada la honradez moral de Nouwen y la transparencia de su vida, uno difícilmente le asigna esto como un desorden moral, a pesar de lo emocionalmente mutilante que resultaba a veces. Él, simplemente, a veces era incapaz de ayudarse, tal era su sensibilidad emotiva.
Casi toda la gente sensible sufre algo parecido, aunque quizá no tan agudo como lo que afligió a Henri Nouwen. Por otra parte, estas clases de obsesiones emotivas afectan a nuestras vidas enteras, incluso a nuestras vidas moral y religiosa. Lo que hacemos en el dolor y parálisis de la obsesión raramente nos hace orgullosos, y está con frecuencia lejos de ser un acto libre. En el aprieto de una obsesión emotiva, no podemos pensar libremente, orar libremente, decidir cosas libremente, y estamos inclinados a actuar compulsivamente de maneras que no son morales. ¿Cuál es, entonces, la moralidad de nuestras acciones?
Los escritores espirituales clásicos hablan de algo que ellos denominan “afectos desordenados”; y, para ellos, estos “afectos desordenados” son una falta moral, algo que necesitamos controlar por el poder de la voluntad. Sin embargo, lo que quieren decir por “afectos desordenados” cubre una amplia gama de cosas. En su opinión, nosotros podemos estar desordenadamente enganchados a nuestro orgullo, a nuestro aspecto exterior, al dinero, al poder, al placer, al confort, a las posesiones, al sexo y a una lista sin fin de otras cosas. Ellos veían esto como lo contrario de la virtud del desprendimiento. Y, como su contrario es una virtud, el “afecto desordenado” es, para la espiritualidad clásica, un vicio, una falta moral y espiritual.
Hay mucho que decir positivamente acerca de esta opinión. Normalmente, la falta de desprendimiento es una falta moral. Pero, quizá haya una excepción. Un afecto desordenado puede también ser una obsesión emotiva con otra persona, y esto embarra la cuestión moral. Las obsesiones, generalmente, no son elegidas libremente ni están con frecuencia en poder de ser controladas por la voluntad, al menos en las emociones. Como nuestros antiguos catecismos y libros de teología moral solían enseñar correctamente: Nosotros somos responsables de nuestras acciones, pero no somos responsables de la manera como sentimos. Nuestras emociones son como caballos salvajes; vagan por donde quieren y no son fáciles de domesticar y enjaezar.
De aquí que -según creo- la noción de “afectos desordenados”, como se expresa en la espiritualidad clásica, necesite ser matizada por una serie de otros conceptos que, aunque llevan las mismas etiquetas de aviso, llevan algo más. Por ejemplo, hoy hablamos de “obsesiones”, y todos nosotros sabemos qué potentes y mutilantes pueden ser. Tú no puedes simplemente desear o dirigir tu camino libre de una obsesión. Pero, ¿es eso una falta moral?
A veces también hablamos de “estar poseídos por demonios”, y eso también tiene una variedad de significados. Podemos ser poseídos por un poder más allá de nosotros que domina nuestra voluntad, sea eso el demonio mismo o alguna abrumadora adicción, tal como el alcohol o las drogas. La mayoría de nosotros no estamos abrumados, pero cada uno de nosotros lucha con sus propios demonios, y la línea entre obsesión y posesión es a veces delgada.
Por otra parte, hoy los psicólogos arquetípicos hablan de algo que ellos denominan “daimons”, esto es, creen que lo que explica nuestras acciones no es sólo la naturaleza y la educación sino también poderosos “ángeles” y “demonios” que están dentro de nosotros, que implacablemente rondan nuestros cuerpos y mentes, y nos dejan obsesionados e impulsados crónicamente. Pero estos “daimons” están también muy frecuentemente en la raíz de nuestra creatividad y eso es por lo que con frecuencia vemos (en la fraseología de Michael Higgins) “genios torturados” en muchos grandes triunfadores, románticos, gente con temperamento artístico y gente como Van Gogh y Nouwen, quienes, bajo el aprieto de una obsesión, se cortaban una oreja o inscribían su nombre en el registro de una clínica.
¿Cuál es el punto de iluminación de esto? Un entendimiento más profundo de nosotros mismos y de otros. No deberíamos estar tan desconcertados por lo que sucede a veces en nuestro mundo y dentro de nosotros. Somos criaturas salvajes, obsesas, complejas, y esa complejidad no echa sus raíces, primero de todo, en lo que es malo en nosotros. Más bien está enraizado en lo más profundo de nuestro interior, a saber, la imagen y semejanza de Dios. Somos espíritus infinitos que viajan en un mundo finito. Las obsesiones vienen con el territorio. En los antiguos mitos, dioses y diosas con frecuencia se enamoraban perdidamente de seres humanos, pero los antiguos creían que esto era un lugar donde lo divino y lo humano se encontraban. Y aún sucede esto: Lo divino que hay en nosotros a veces también se enamora perdidamente de otro ser humano. Esto, por supuesto, no nos excusa de actuar sobre esos sentimientos como nos gustaría, pero nos dice que esto es más un encuentro entre lo divino y humano que una falta moral.