Me gusta esta frágil barca en la que voy, y hasta deseo el miedo del pescador indefenso y desprovisto, sin nombre y sin historia importante que recordar luego.
Amo las noches sucesivas en las que nada se captura; y las amanecidas de regresos vacíos al Puerto de origen, donde el alimento que se recibe está muy lejos y es muy otro de lo que se vende en los mercados. Sosegado así, acogido de ese modo a cada llegada, volveré mañana a las cuadernas de esa barca y a sus tablas… ¡siempre! O con mi mochila y por los caminos, iré a pueblos alejados y a paisajes siempre nuevos.
Y cantar, cantar a pesar de todo. Cantar sabiendo plenamente que no son otras notas las que hacen melodía esta carne abierta, que espera a Dios y solamente eso.