Ahora, Señor, que atardece
y se echan las tinieblas sobre mi corazón,
sólo quiero pedirte una cosa:
No te vayas, no sabría vivir sin ti;
no te alejes, no podría vivir
sin la luz de tu mirada en mis ojos,
sin la fuerza de tu palabra en mis oídos,
sin el calor de tu sangre en mis venas,
sin la certeza de tu presencia en mi alma,
en lo más hondo de mi ser.
Sin ti, Señor, me moriría de frío.
Ya sé que puedes ocultarte
para probar mi fe,
pero siempre estarás conmigo.
Ya sé que no puedes huir de mi vida
porque lo invades todo,
lo penetras todo,
lo creas y conservas todo;
pero dame, Señor, una mirada limpia,
capaz de alcanzar tu luz a través de la noche.
Ahora que voy a tientas,
ilumíname por dentro,
y aunque mis pies vacilen,
haz, Señor, Señor, Señor,
que mi corazón vea. Amén.