La permanente situación de cambio, en que se halla el mundo actual, se expresa en cambios profundos, acelerados y universales (cf GS 4-9), que suponen una verdadera transformación social y cultural, y que afectan grandemente a la vida religiosa, y que han de tenerse muy en cuenta en todo el proceso de su renovación-adaptación1. La sociedad, en general, tiene -entre otras- las siguientes características, que influyen decisivamente en la manera de entender y de vivir la vida consagrada:
- Una sociedad en proceso de cambio rápido y profundo. Este cambio afecta no sólo a eeaspectos marginales, sino a ideas y a ideales, a creencias, a escala de valores y a modelos de sociedad, con graves repercusiones sobre instituciones como el matrimonio, la familia, la escuela. Legalización del divorcio, despenalización del aborto, reconocimiento social de la homosexualidad, tendencia oficial a la escuela única, estatal y laica.
- Una sociedad laica. Se trata de una fuerte tendencia al secularismo, y no sólo del fenómeno de la secularización o afirmación de la legítima autonomía de las realidades temporales (cf GS 36; EN 55). Una cosmovisión cerrada a la trascendencia. Una sociedad que se siente 'poscristiana'.
- Una sociedad pluralista. Pluralismo de creencias, de estilos de vida, de concepciones morales, que ha provocado -muchas veces- el escepticismo y ese fenómeno tan de hoy y tan superficial y frívolo denominado pasotismo o pesimismo pasivo.
- Una sociedad tecnológica. Invasión irresistible de la mecanización en todas las formas de la actividad, que afecta no sólo al ambiente, sino a la misma persona humana, en todas sus dimensiones y relaciones.
- Una sociedad con amplia base popular y con muy graves problemas sociales: el paro, el hambre, la injusticia -en sus múltiples formas-, la violencia, etc.. En la mayor parte de las naciones, la población está integrada por una clase dominante alta, que muchas veces no llega ni a un 5 por 100; por una clase media que, en bastantes países del primer y segundo mundo, comprende los dos tercios de la totalidad; y por una clase baja que, en los países del tercer mundo, llega a ser más de las cuatro quintas parten de la población total.
Podrían señalarse también, deivamente, algunos de los rasgos más característicos del hombre de hoy, que tienen una particular incidencia en el modo de entender, vivir y presentar la vida consagrada: Aguda conciencia del propio "yo", de la propia dignidad y de la libertad personal, que -mal entendida- hace caer no pocas veces en el individualismo y en la insolidaridad; debilidad de pensamiento, que le lleva a carecer de convicciones profundas; inconsistencia de las propias ideas; fragmentación en los conocimientos; carencia de grandes visiones de conjunto; predominio del sentimiento sobre la razón, de la intuición sobre la lógica, de la emoción estética sobre la verdad y la realidad; excesiva dependencia del ambiente exterior, y falta de verdadera libertad y de reciedumbre interior; miedo al verdadero silencio y a la soledad interior; cambio de vocabulario, con cierto afán por usar palabras nuevas, pero sin verdadera 'conversión' o cambio de mentalidad y de actitudes vitales; grave confusión en la escala de valores, e incluso ausencia total de valores; fragilidad psicológica, que se traduce en inconstancia e inestabilidad afectiva; fascinación por lo 'nuevo', con pérdida, a veces, del sentido de origen y de tradición -de la conciencia, de la memoria y de la historia- y, por lo mismo, con un cierto 'desarraigo' vital; rechazo, casi instintivo, de todo formalismo y de toda 'imposición' que no parezca claramente razonable y que no se presente suficientemente razonada; pragmatismo utilitarista; búsqueda de la eficacia visible e inmediata y, en consecuencia, debilitamiento e incluso pérdida del sentido de gratuidad, con un rebrote del espíritu mercantil; acento dinámico, que todo lo mide y valora en término de acción; deseo de intervenir, tomando parte activa en las mismas decisiones; rasgos de preocupación social y de sentido de solidaridad; tendencia a buscar a Dios en todo lo creado, principalmente en las relaciones interpersonales; y, por otra parte, una vago sentido de lo 'religioso' y una recuperación de lo 'sagrado' -neutro e impersonal-, con un lamentable y generalizado desvío hacia la superstición y hacia lo esotérico; inquietud -quizás más teórica que práctica- por la real y activa presencia en el mundo, viviendo los mismos problemas de los otros hombres; autosuficiencia, hedonismo, etc.
Hay que advertir, por honradez y sentido de justicia, que el hombre de hoy tiene numerosas 'características' realmente 'positivas', y ha redescubierto bastantes valores humanos que, en el fondo, son genuinamente evangélicos. Incluso en muchos de los rasgos que señalamos como 'negativos', hay no pocos elementos verdaderamente 'positivos', pues se trata de 'fenómenos' ambivalentes.
Marciano Vidal enumeraba, hace ya varios lustros, una serie de rasgos del hombre nuevo -relacionándolos expresamente con la vida religiosa-, que pudieran describir todavía al hombre de hoy2 Un hombre crítico, radicalizado, con conciencia de lo nuevo, lanzado hacia el futuro, con miedo a la alienación, en mayoría de edad, secular y profano. Estos rasgos, concluye Vidal, "constituyen la nueva oportunidad que se ofrece al cristianismo para modelar una vida religiosa más originalmente evangélica y más evangélicamente actual"3 .
"La vida religiosa es una parte vital de la Iglesia y vive en el mundo. Los valores y contravalores propios de una época o de un ámbito cultural, y las estructuras sociales que los manifiestan, afectan a la vida de todos, incluida la Iglesia y sus comunidades religiosas"4 .
Existen algunos síntomas alarmantes de que se está olvidando, en gran medida, la visión integral del hombre -de la persona humana-, que nos ofrece el cristianismo, como espíritu encarnado o encarnación de un espíritu -ser unitario y realidad armónica, a la vez esencialmente espiritual y corporal-, como hijo de Dios y centro del universo; y de que se está cayendo en un progresivo reduccionismo en su comprensión. La espiritualidad se reduce a mera psicología. La psicología, a biología. La biología a zoología. La zoología, a anatomía. Y la anatomía, a mecánica. El hombre, que anhelaba ser superhombre, se ha convertido no sólo en un subhombre -como afirmó Camus5 -, sino en un robot.
En esta visión, "el hombre es un animal, un sistema bioquímico y, en último término, una cosa. Está hecho para el consumo, la obtención del máximo placer y confort, etc. Su horizonte se reduce a lo que pueda acumular y disfrutar en el momento presente sin otra perspectiva… Es la pérdida del sentido ético y moral del hombre. Y no creamos que esta pérdida es algo que afecta…al exterior de la Iglesia. Se puede afirmar que, por ósmosis cultural, afecta seriamente a personas que vivimos en el interior de la Iglesia, incluso nos afecta a los clérigos y a los seglares más comprometidos: todos, a veces, tenemos reacciones y conductas que no son explicables desde la fe eclesial en el hombre amado por Dios y redimido por Cristo, sino, más bien, desde estos otros elementos que se nos van colando de rondón en nuestra propia casa"6 .
En el siglo de la autosuficiencia, de la razón y de la técnica, de la libertad autónoma, del laicismo racionalista, de la emancipación con respecto a Dios; en un siglo, en el que se cree que hay que negar a Dios para poder afirmar al hombre, y en el que se ha perdido, en gran medida, el sentido de la gratuidad, ahogado por el espíritu mercantil, hay que ofrecer una lúcida experiencia y un vibrante testimonio de fe, de esperanza y de amor, como el mejor camino para alcanzar la más plena realización humana y, en definitiva, a la verdadera felicidad.
Es urgente ofrecer un mensaje de sencillez, frente a tanta complicación; de pobreza, frente al incontenible deseo de poseer, de acumular y de consumir; de desprendimiento, afectivo y efectivo, frente a una codicia generalizada, amándolo todo, pero sin dejarse subyugar por nada, no creándose necesidades innecesarias: necesitando, cada vez, menos cosas para vivir, y aun ésas, necesitándolas poco; mensaje de dependencia filial y amorosa con respecto a Dios, como la mejor garantía para la auténtica libertad, frente a la sospecha y al miedo de que Dios ponga en peligro nuestra cabal realización humana; mensaje de servicio eficaz y desinteresado, frente al inveterado anhelo de mandar sobre los demás y de dominar a los otros; de sereno reconocimiento de la propia debilidad, frente a los múltiples alardes de poder y de fortaleza; lección de humildad -entendida como equilibrio y como verdad, sin complejos-, frente a la soberbia y al orgullo, como actitud fundamental y como estilo de vida; lección de mansedumbre y de paz, en una situación de violencia y de agresividad generalizada; de gratuidad, frente al espíritu mercantil que ha invadido todas las capas de la sociedad; de auténtica libertad interior, frente a tantas formas de esclavitud; de ilimitada esperanza, frente a tantas formas de desesperanza e incluso de desesperación; de testimonio convencido y convincente del Dios vivo y verdadero, que quiere que el hombre viva de verdad y sea libre y feliz, frente a tanta cultura de opresión y de muerte; mensaje de fe inquebrantable y de asombrosa confianza en Dios y en su infinito amor misericordioso, frente a tantas formas de ateísmo teórico y práctico y de desaliento vital, y frente a las incontables formas de superstición; y, sobre todo, mensaje de amor apasionado y transido de inefable ternura a Dios y a los hombres, en un mundo en el que predominan tantas y tan sutiles formas de egoísmo y de frialdad; de verdadera plenitud, frente a tanto vacío existencial -vacío de sentido, que hace caer en el absurdo, y vacío de ser, que se intenta llenar con tener; etc.
- Cf PC 2: "La adecuada renovación de la vida religiosa comprende, a la vez, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas circunstancias de los tiempos"; cf PC 2d: "Los Institutos promoverán entre sus miembros el conveniente conocimiento de la situación de los hombres y de los tiempos y las necesidades de la Iglesia"; cf RC introd.: "Adapten mejor el conjunto del ciclo formativo a la mentalidad de las nuevas generaciones, a las condiciones de la vida hoy predominantes y a las actuales exigencias del apostolado".
- MARCIANO VIDAL, C.SS.R., Hombre nuevo y vida religiosa, en "Antropología y vocación", Madrid, 1971, pp. 11-31. Cf Severino-María Alonso, C.M.F., La vida consagrada, Madrid, 1998, 11ª ed., pp.57-60.
- Id., ibíd., p. 31.
- CIVCSVA, La vida fraterna en común (VFC), Instrucción del 2 de febrero de 1994, 1b.
- ALBERT CAMUS, L'homme revolté, Paris, 1951, p. 302.
- José L. SÁCHEZ NOGALES, Cristianismo y cultura: cinco temas pendientes, en "Proyección", 41 (1994) 206-207; cf "Selecciones de Teología", 36 (1997), n. 141, enero-marzo, pp. 67-68.