La tradición cristiana ha recalcado siempre que Jesús nació de madre virgen. El Mesías solamente podía proceder de un seno virginal. La razón mayor de este énfasis, naturalmente, es destacar que Jesús no tuvo un padre humano y que su concepción fue por obra del Espíritu Santo.
Pero se da también con frecuencia un énfasis secundario, aunque con menos base en la Escritura. Dentro de esa noción es demasiado común la idea de que Jesús nació de una virgen porque, de alguna manera, la sexualidad es algo impuro; es algo demasiado bajo y desinhibido como para estar conectado a tan sagrado acontecimiento. Lo santo debe permanecer separado de lo que es bajo y vil. Según esa idea, Jesús no nació de una virgen simplemente porque no tenía un padre humano; nació de una virgen también porque su alumbramiento exigía una pureza que, por definición, excluye el sexo. Nuestro concepto de “alumbramiento virgen” ha sido infiltrado por una falsa piedad que, por toda clase de motivos, no puede reconciliar sexualidad con santidad.
¿Dónde está la equivocación? Esa forma de pensar, además de denigrar la bondad de la sexualidad, don de Dios, no tiene en cuenta uno de los aspectos importantes de la revelación en este contexto del alumbramiento virgen. Hay un reto moral en el alumbramiento virgen, algo que invita más a la imitación que a la admiración.
La tradición cristiana hace énfasis en un alumbramiento virgen (lo mismo que recalca un entierro virgen, una tumba virgen, para hacerla paralela con el seno virgen) no porque juzgue que la sexualidad es demasiado impura y vil como para producir algo santo. Más bien, además de querer subrayar que Jesús no tuvo padre humano, la tradición cristiana intenta recalcar qué clase de corazón y de alma se necesita para el espacio en el que algo divino pueda nacer. Lo que está en cuestión no es preferir celibato más que sexo, sino preferir paciencia más que impaciencia, reverencia más que irreverencia, respeto más que falta de respeto, y aceptar vivir en tensión más que capitular y buscar compensación frente al deseo no correspondido. El corazón de una persona virgen deja que el don sea don, en vez de violarlo de alguna manera, aunque sea de modo sutil. El corazón de una persona virgen acepta el dolor de la no-consumación en vez de acostarse con el novio o con la novia antes de la boda. Eso, al fin, es lo que constituye el espacio virginal, el espacio en el que Dios puede nacer.
Hace treinta años, tratando de expresar esto, escribí un poema titulado “Alumbramiento Virgen”. Hoy me sonrojo ante el idealismo juvenil de aquel poema; pero, en mis días mejores, consulto y me dejo aconsejar por el joven que escribió esas líneas:
Alumbramiento Virgen
La paradoja perenne, peculiar de este Padre e Hijo, especialistas en desconcertar a la sabiduría humana
retraída del asombro.
Una virgen da a luz, no a la esterilidad, sino al Mesías.
¿Qué relación tiene la virginidad con el dar a luz? ¡Ninguna!
La sabiduría humana derrocha palabras que divagan hacia una verdad que no nos va a liberar.
Virginidad y no-consumación: El corazón y la carne incompletos lidian con un Dios que no tiene carne, que no dejará que la carne sienta dolor carnal mientras espera plenitud
para evitar la esterilidad, que es verdaderamente
el imperdonable pecado contra el espíritu de vida.
Pero la esterilidad queda embarazada anhelando el espíritu que duerme con Dios por la noche e impregna con espíritu mesiánico a los que tienen suficiente paciencia para anhelar y sudar lágrimas solitarias, más que estropear el don con impaciencia.
Sólo los vientres de las vírgenes dan lugar a Mesías, porque sólo ellas viven en adviento, esperando a un retrasado novio que llega tarde, pasada con desespero la hora undécima.
Aun así el seno de la virgen espera rechazando todos los falsos amores y la impaciencia que reclama carne sobre carne y un Reino divino a la manera humana.
Los Mesías nacen solamente
en el espacio de la virginidad,
dentro de la paciencia de la virginidad,
que permite a Dios ser Dios
y al amor ser don.
¿Por qué preservar el seno de una virgen para el nacimiento del Mesías? ¿Por qué esa obsesión con la pureza en la tradición cristiana? Porque, como todos sabemos, nuestras vidas están llenas de casi todo lo que no es ni puro ni virginal: impaciencia, falta de respeto, irreverencia, manipulación, cinismo, grandiosidad; y, como todos sabemos también, dentro de esa matriz no puede gestarse ningún mesías.