"Un amigo fiel es seguro refugio. El que lo encuentra ha hallado un tesoro. El amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor" (Ecclo 6,14‑15).
DIOS ES AMISTAD
¿Se podría decir más de la Amistad?
La Amistad es la mejor definición de Dios
y la mejor definición del hombre.
La amistad no es un contrato, sino una alianza.
Por eso, no necesita leyes, ni códigos, ni normas.
La amistad es un espíritu, una actitud, una mística,
un comportamiento vital, un estilo abierto y limpio.
La amistad es una experiencia radical,
que supone una entrega recíproca
y un compromiso definitivo de amor en fidelidad.
La amistad es proyección vital con otra persona
y no sólo en ella o hacia ella.
La amistad es la más honda vocación del hombre.
Porque el hombre no ha sido creado para la soledad,
sino para la compañía y la presencia.
Una conciencia solitaria ya no sería conciencia.
Una persona ‘sola’ no puede existir como persona.
El aislamiento absoluto es un suicidio.
En la amistad verdadera se ama al amigo por él mismo,
por su originalidad intransferible,
por su identidad más honda,
por ser ‘él mismo’.
El amigo ya no es realmente ‘otro’,
sino ‘uno mismo’.
El mejor ‘yo’ de cada uno es su verdadero amigo.
La amistad es un intercambio de ser,
una comunión en la raíz misma de la persona amada.
En la amistad, cada uno es para el otro lo mejor de sí mismo.
El amigo es siempre ‘único’, porque es inconfundible.
En la amistad se ama también el ‘cuerpo’,
como expresión visible del espíritu,
como transparencia y acabamiento del alma.
La amistad es siempre ‘religiosa’,
porque es ‘religación’ con el principio y fin
de todo verdadero amor, que es Dios.
La amistad es fiarse del amigo,
sin otra garantía que el amigo mismo.
La amistad es necesariamente comunicación,
comunión del espíritu y del corazón,
con palabras o en silencio.
Compartirlo todo,
desde la experiencia de Dios hasta los bienes materiales.
La amistad es un don, antes de ser una conquista.
Es gracia de Dios y compromiso humano.
Un don que se recibe en germen
y que hay que cultivar en la fidelidad.
Sin desalientos y sin cansancios,
con infinita paciencia.
Sabiendo esperar.
La amistad debe ir creciendo,
como la vida misma,
en cercanía progresiva y en progresiva intimidad,
hasta alcanzar la plenitud
de la presencia, de la entrega y de la reciprocidad.
La amistad se perpetúa,
como realidad definitiva,
en el Reino de los Cielos.
La amistad es una auténtica experiencia de Dios,
un atisbo y un anticipo
de la plenitud absoluta del AMOR y de la AMISTAD
que Dios es en sí mismo
y que nosotros alcanzaremos en él un día.
En la amistad se experimenta radicalmente,
y con inviolable certidumbre,
la eternidad, la inmortalidad y lo absoluto,
es decir, se tiene una experiencia original de Dios.
En la verdadera amistad,
la fidelidad es no sólo posible
sino la única actitud lógica y coherente.
La eternidad
es dimensión constitutiva del verdadero amor.
Los amigos lo saben
y, por eso, viven anticipadamente
la bienaventuranza del Cielo.
La Utopía de la vida religiosa, pp. 184-186].