La sociedad se rige por las relaciones interpersonales. Los afectos y desafectos, como las empatías, están en el origen de muchas historias particulares y políticas. La amistad es un don precioso, y la experiencia de la relación amiga, un tesoro. Pero aún hay mayor don, cuando lo que se recibe es amor sin causa que lo provoque.
Sentirse amado, acogido, perdonado, sin nada a cambio, sin merecerlo, más allá de lo que se haya hecho -experiencia que cabe tener en la familia+-, es la razón de la mayor estabilidad humana.
Si el afecto, la amistad y la familia son regalos que nos desbordan, te deseo que acojas y experimentes la declaración de amor que hoy, por boca del profeta, te hace Dios mismo: “Quien te desposa es tu Hacedor. Como a mujer abandonada y abatida te llama el Señor. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. Con amor eterno te quiero”.
Da crédito a la declaración divina. Haz que reposen en tu interior las palabras del profeta. Repite dentro de ti las expresiones sagradas. Te aseguro que sentirás consuelo, sentirás tierra firme bajo tus pies; superarás el miedo; sofocarás la sensación de soledad y el sentimiento de vacío; superarás la tentación evasiva y la tristeza. Dios es fiel.
Quizá, como el discípulo, llegues a escuchar una solicitud de correspondencia: “¿Me amas?” “¿Me quieres?” Atrévete a declararle tu amor a Dios.