II Sábado de Cuaresma
Liturgia de la Palabra: Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3. 11-32
Amor entrañable
Es posible que cada uno sienta impresiones diferentes ante las diversas imágenes con las que la Revelación describe a Dios. Sin embargo, algunas no solo se encuentran en la Antigua Alianza, sino que el mismo Jesús se identifica con ellas. Así sucede con la imagen del pastor, que hoy nos recuerda el profeta: “Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo” (Miq 7, 14).
La Biblia describe al pastor bueno haciendo gestos entrañables, y algunos de ellos sobrepasan nuestra imaginación si pensamos que se refieren a Dios. Nos sorprende la figura de quien lleva en brazos los corderos y cuida de las madres.
Quien tenga presente la revelación sagrada, por la que se nos comunica el amor divino, no podrá sino agradecer tanta bondad, como hace el salmista: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios” (Sal 104).
Si la figura del pastor de la primera lectura es entrañable, no se queda a la zaga la del padre que nos ofrece el Evangelio en la parábola llamada del “Hijo pródigo”. En ella el padre abraza, besa, reviste, convida al hijo perdido, que ha retornado, humilde, a casa y se detallan signos muy elocuentes. Dice el padre: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” Y empezaron el banquete” (Lc 15, 22-24).
Siguiendo la contemplación acerca de la túnica que hacíamos ayer, hoy el hijo no aparece con una simple túnica, sino con el vestido de fiesta, el mismo que Rebeca puso a Jacob cuando fue bendecido por su padre Isaac, el vestido del primogénito, y que lleva también el personaje celeste en el sepulcro, la mañana de Pascua.
Desde estas concordancias, el abrazo del padre y su mandato de traer el vestido de fiesta para el hijo que ha vuelto a casa, simbolizan el amor de Dios, que nos reengendra como hombres nuevos en el Primogénito, revestidos con su túnica.
Santa Teresa de Jesús
Santa Teresa vive la sacramentalidad del hábito como revestimiento sagrado: “Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo hábito por la bondad del Señor traigo” (Vida 28, 35). Aunque la túnica sagrada que llevamos y que nos puso el Señor, es la naturaleza humana, la misma que Jesús tomó de la Virgen María.
Después vi a nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados. (Vida 33, 14)