Quiero comenzar diciendo que me siento muy afortunado por la familia que tengo y, sobre todo, por las numerosas cosas buenas que me han dado.
Se habla a menudo de “igualdad de oportunidades” pero creo que las oportunidades que cada uno tiene o tendrá en su vida dependerán del lugar de nacimiento, del momento que le toque vivir y, como no, de la familia en la que nazcas.
A nivel económico siempre hemos tenido las necesidades básicas cubiertas: comida, ropa, casa e incluso algunos privilegios, que algunos ven como derechos, como irnos de vacaciones todos los años o tener una paga semanal de los 14 a los 18 años. Sin embargo, mi padre siempre nos ha enseñado a no malgastar y a valorar todo lo que tenemos. Aún recuerdo cuando me regañaba por dejarme las luces dadas de las habitaciones en las que no había nadie. Además de estas cosas, en mi casa, mis hermanos y yo, hemos crecido sabiendo que nuestros padres nos querían, nos ayudaban y estaban cerca en caso de necesitarlos. El mostrar los sentimientos también ha sido algo muy habitual en casa ya fuera con cartas que se escribían mis padres o que nos escribían a nosotros, con mensajes de cariño que se dejaban por las paredes, en la mesa de la cocina. o simplemente con palabras de cariño que ayudaban a que tu día fuera mejor. Estas cosas no materiales son las que más me han aportado a la hora de crear mi persona tal y como soy ahora.
Pero no todo fue de color de rosa. Valoro mucho que, en cierta época de mi vida, un poco oscura y complicada unida a la adolescencia y a amistades no muy recomendables, mi padre me mostrase líneas rojas que no debía traspasar y siempre se mantuvo firme en la imposición de unos límites, tan importantes en la educación de cualquier persona y, sin los cuales, no sé cómo sería ahora, pero sí que sería, casi con toda seguridad, una versión peor del Alberto que conocéis.
De mi padre he aprendido la importancia del esfuerzo para conseguir cualquier cosa, de hacer lo que te propongas, pero bien, no de cualquier manera, de perseguir los sueños e ilusiones, de disfrutar y valorar la vida, de tener amistades y mucho más.
Hoy he leído un artículo que me ha mandado una amiga. Es sobre los abuelos, pero me he permitido la licencia de cambiar el título y quedaría así: “Los padres no mueren, se vuelven invisibles” y eso es lo que pienso. Ya no podré volver a abrazar y besar a mi padre, pero siempre estará con nosotros dándonos fuerza para luchar por lo que creemos y recordando todos los consejos que nos ha dado y que seguirán siendo válidos durante toda nuestra vida.
Sus frases: “Avanti, sempre avanti” y “Molto coraggio e forza” después de recibir cada sesión de quimio se me han quedado grabadas y estoy seguro que me serán de gran ayuda para sobrellevar otros momentos duros que me toque vivir.
Termino diciendo lo que varias veces le dije en el hospital los últimos días de su vida: “Papá, gracias por todo lo que nos has dado de forma tan generosa. Papá gracias por haber sido tal y como eras. Te quiero.”