Amor y vida por una píldora

      Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.

   Parece que, en unos meses, España será un país más libre por el hecho de que sus mujeres, de cualquier edad, podrán  comprar la píldora postcoital sin necesidad de receta médica.  Afirmación simple pero, como sabemos, con implicaciones muy complejas desde el punto de vista médico, ético, pedagógico o político que brotan de cada una de sus expresiones: libertad, cualquier edad, píldora, postcoital, receta médica y mujeres, sólo mujeres.

       Para poder formarse un juicio legítimo sobre cualquier cuestión referente al comportamiento humano, es imprescindible conocer bien los datos, y es precisamente éste el primer problema: ¿De qué estamos hablando?
       Hablamos de un principio activo, Levonorgestrel, que en España se comercializa como Norlevo® o Postinor®, su precio es de unos veinte euros y gratuito con receta médica en nueve Comunidades Autónomas y en Madrid capital. Es un derivado de la progesterona que ejerce un triple efecto, dependiendo del momento en que se tome según el ciclo menstrual de la mujer y las horas transcurridas desde el coito no protegido: retrasa la ovulación si aún no se ha producido; altera el moco cervical, dificultando la llegada del espermatozoide a la trompa; y, si ha habido ovulación y han transcurrido muchas horas desde el coito, modifica el endometrio para que no pueda producirse la implantación del embrión. Es, por tanto, anovulatorio,  contraceptivo y también antianidatorio, es decir, abortivo del embrión no implantado. Pero, ¿quién puede asegurar qué efecto concreto está ejerciendo en cada mujer, en este instante de su ciclo? El problema que encontramos para poder saberlo  es que la mayoría de los estudios realizados están fuertemente  sesgados por intereses económicos, políticos e incluso éticos, por lo que se nos hace muy difícil salir de la duda. Su uso en las primeras horas o transcurridas más de treinta desde el coito pueden orientar, pero ni aún así.

       Aclarados los datos, la pregunta que se hacen muchos españoles es: ¿por qué puede dispensarse sin receta un  fármaco hormonal y no cualquier otro? ¿Sabe acaso más una adolescente de los efectos de la progesterona en su irregular fisiología reproductora que un diabético de su insulina tras años de empleo?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.      Sospecho que muchas mujeres, ante la ansiedad que produce el miedo de quedarse embarazada, no se paran a  considerar si tienen alguna alteración hepática, digestiva (malabsorción), antecedentes de embarazos ectópicos o si han tomado otra píldora en el mismo ciclo, circunstancias que contraindican su empleo. Por otro lado, si sobrevienen náuseas, vómitos, dolores abdominales, trastornos mamarios o del  sangrado menstrual, ¿informará una adolescente a sus padres,
acudirá a sus amigas, a su pareja adolescente, irá sola al médico para solventarlo? ¿Cómo compaginar este hecho con la necesidad de autorización paterna para hacer una salida cultural con la escuela?

No es la solución
      Las ministras quieren disminuir el número de abortos, algunos médicos ven una oportunidad de agilizar las urgencias, sobre todo en fin de semana, y muchas mujeres quieren ganar en intimidad y accesibilidad. La sociedad española se debate en un conflicto de valores implicados: por un lado, libertad  desinformada), intimidad, accesibilidad y salud de la mujer entendida como disminución de los abortos más tardíos; por otro lado, libertad responsable que conoce y asume las consecuencias de los actos, la vida del embrión preimplantatorio y la salud de la mujer que se pone en manos de expertos. Dos perspectivas diferentes del problema, dos concepciones opuestas de la sexualidad humana.

        Si en algo estamos casi todos de acuerdo, unos y otros, es en que los embarazos no deseados son un problema, y que su solución no es ni tomar la píldora a demanda ni abortar por cualquier motivo dentro de unos plazos. El aumento progresivo de abortos, embarazos no deseados o gestaciones en  adolescentes son síntomas claros de que nuestra educación afectivo-sexual hace aguas, y creo que no puede delegarse tal tarea al farmacéutico que dispensa la píldora.

      Aprender a vivir nuestra sexualidad sanamente es tarea de todos y para toda la vida. Enseñar a nuestros adolescentes a  comenzar este camino es competencia de todos, comenzando por padres, educadores, sanitarios… todos. Y lo haremos  anifestando que el amor de pareja puede llegar a ser total y para siempre; que un hijo es decisión y responsabilidad de dos, no un problema exclusivo de la mujer; que la libertad verdaderamente humana es la que se pone al servicio del amor y de la vida.

Expresemos con nuestras vidas lo que una simple píldora  pretende acallar.