Cuando era un joven seminarista, a finales de 1960, estaba muy interesado en los escritos de Andrew Greeley, un sacerdote de Chicago, que escribía libros sobre espiritualidad popular. Encontraba su enfoque maravillosamente fresco ya que, al menos en mi opinión, abordaba nuestras permanentes luchas religiosas que era más realista y más llena de esperanza que la mayoría de la literatura religiosa a la que yo había estado expuesto hasta ese entonces. Era el pan espiritual que necesitaba, y cuando fui a un retiro para prepararme para los votos perpetuos, tenía un par de sus libros en la mano. Él me ayudó a tomar esa decisión.
Murió la semana pasada a la edad de 85 años, después de haber estado mal de salud a raíz de una caída en el año 2008. Tal vez la palabra “prodigioso” describe mejor su producción, tanto en términos de literartura como de predicación. Escribió más de 120 libros, muchos de carácter académico, y un sinnúmero de artículos y columnas de opinión, tanto para publicaciones seculares como religiosas. Dentro de todo eso, era quizás más conocido por sus novelas, las cuales gozaron de una circulación que la mayoría de los escritores sólo pueden envidiar. Debido a esta prodigiosa producción y popularidad, con frecuencia se emitían algunos juicios llenos de cinismo sobre él tanto en los círculos académicos y religiosos que afirmaban cosas como: "Andrew Greeley nunca ha tenido un pensamiento que no haya sido publicado!" Me muevo en esos dos círculos y puedo asegurar a todo el mundo que la envidia no es ajena a cualquier círculo. Greeley disgustaba, tal vez más que por cualquier otra cosa, porque, a diferencia de muchos de nosotros que lo criticamos por su prodigiosa producción, él realmente hizo cosas.
Sin embargo también había otras razones por las cuales Greeley tuvo sus críticos, algunas tienen que ver con su carácter particular y otras con su personalidad. A muchos conservadores les disgustaba porque lo consideraban irreverente y demasiado liberal. La ironía es que a muchos liberales les disgustaba porque lo consideraban demasiado piadoso y excesivamente conservador. Y, aparte, estaba su personalidad. No soporta a los imbéciles, o a los críticos, con facilidad. Criticar a Greeley era buscar una pelea. Nadie podía dispararle desde la seguridad de un arbusto oculto. Él te sacaba y retaba a una lucha abierta. Esa no es el camino para llevarse bien con todo el mundo.
Debido a que yo era permanentemente uno de sus partidarios, nunca fui sometido a la espada. Cuando sus novelas fueron popularmente criticadas por ser "ligeras y de mala calidad" y "perjudiciales para la fe de los católicos", yo me lancé en su defensa con estas palabras: "Nadie ha salido de la iglesia, por una novela de Andrew Greeley, sin embargo muchas personas se han quedado en la iglesia por las novelas de Andrew Greeley”. Greeley encontró esta frase en una de mis columnas, y me escribió pidiendo permiso para usarla en la cubierta de sus futuras novelas, las cuales él mismo hacía con cierta frecuencia.
En defensa de sus novelas: La queja más común fue que eran "basura y llenas de sexo". Lo contrario sería más fiel a la realidad. Como obra literaria, sus novelas sufrieron más porque eran demasiado piadosas y, a menudo, apenas disfrazaban la apología católica. Toda verdadera lectura de sus novelas revela a un hombre que era profundamente piadoso, enamorado de su iglesia, y no tan sutilmente a la defensa de su iglesia. Además siempre trató al sexo como sacramento. No que sus críticos admitirían esto, sin embargo su carácter distintivo en la sexualidad era muy similar al de Juan Pablo II y la Teología del Cuerpo. Por otra parte, la fuerza de sus novelas se encontraba en la narración de historias. Nadie, incluyendo al propio Greeley, nunca confundió su prosa con la de Toni Morrison ó John Steinbeck, pero podía hilar un gran relato – y en la mayoría de sus novelas lo hicieron.
No puedo reclamarlo como un amigo, ya que, a pesar de que de vez en cuando intercambiábamos correspondencia, sólo nos vimos una vez. Alrededor de un año antes de su fatídico accidente, cuando él aún estaba enseñando durante los semestres de invierno en Arizona, yo estaba en Tucson dando algunas conferencias, y me llevó a cenar a su restaurante mexicano favorito. Hablamos de teología y literatura, sin embargo principalmente me compartió su admiración por los Oblatos de María Inmaculada, la familia religiosa de la que soy miembro, y su admiración por el cardenal Francis George, su Ordinario en Chicago que pertenece a la misma familia. Habló también de su amor por los equipos de deportes de Chicago, en especial de su equipo de baloncesto, los Bulls de Chicago. Lo invité a visitar nuestro Colegio, sin embargo él se excusó, compartiendo que a su edad quería evitar tanto como fuera posible los viajes aéreos. Dejé el restaurante agradecido de haber tenido la oportunidad de conocer a un hombre extraordinario, y uno a quien le debía una gran deuda de gratitud.
El antropólogo Mircea Eliade, una vez comentó que "ninguna comunidad debe fracasar en sus muertes". Una clara advertencia. Una figura importante del catolicismo ha muerto y nosotros, amigos y críticos por igual, necesitamos reconocer lo que nos dejó. Al igual que otros apologistas cristianos antes que él, Tolkien, Lewis, y Chesterton , también trató de dar una razón de la esperanza que está en nuestro interior, y, en eso, tuvo un maravilloso éxito.