Después de que Jesús alimentó a una muchedumbre de más de cinco mil hombres con dos panes y cinco peces, pidió a sus apóstoles que recogieran las sobras, esparcidas aquí y allá en el suelo. Los apóstoles hicieron tal como Jesús les había pedido y acabaron llenando doce canastas con los trozos de los cinco panes que habían sobrado.
Recientemente asistí a una serie de conferencias pronunciadas por Walter Brueggemann. Se le respeta ampliamente por su erudición bíblica y alimenta a muchedumbres desde algunas “canastas” saludables; pero se le aprecia, quizás todavía más profundamente, por su preocupación por los pobres y por el reto que nos plantea a nosotros para salir hacia ellos y alcanzarles con justicia y generosidad. Después de habernos alimentado a nosotros, la “muchedumbre”, en el taller mencionado, aquí les ofrezco algunas de las “sobras” recogidas:
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Existe hoy un peligro real de excesiva privatización de nuestra fe. La Iglesia debe abogar también por la conciencia pública, no sólo por la conciencia privada.
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Ante Poncio Pilatos Jesús cambió la cuestión del poder por la cuestión de la verdad. La verdad erosionará siempre las cadenas del poder y el poder nunca podrá paralizar a la verdad. La verdad es un espíritu que trabaja por conducir al mundo a la armonía con Dios. Donde actúa la verdad, ves cómo la pobreza se torna en abundancia; la muerte se vuelve vida; la guerra, paz; y el hambre se torna en comida.
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En Moisés, la verdad se enfrente al poder; en Elías, la verdad pasa por alto al poder; y en Josías, la verdad transforma el poder.
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Se puede reconocer enseguida a un “Faraón”: ¡Si has visto a uno, has visto a todos! Los Faraones, todos, tienen malos sueños, acumulan cosas, siempre necesitan recipientes más amplios para almacenar sus posesiones, la ansiedad les invade y quedan “des-absolutizados” tan pronto como Dios aparece en la situación. ¿Dónde tenemos malos sueños?
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Un Dios rebosante de verdad siempre conspira contra el Faraón. Dios, al fin, se hace presente en una crisis y la re-define.
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La Escritura finalmente habla de sufrimiento corporal y de penosa esclavitud. La Redención, exactamente como en el Éxodo original, comenzará siempre con un grito de angustia y acabará con una danza de alegría. Los cuerpos doloridos deben expresar su dolor y ese grito debe proclamar que ese sufrimiento es anormal y que no debería ya aguantarse más. La esclavitud penosa y el Dios colmado de verdad te abrirán finalmente un camino sobre las aguas a donde el Faraón no pueda llegar. Por tanto, jamás debemos permitir a nuestras patologías volverse normales, ni aceptar la esclavitud por la seguridad que proporciona.
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Generalmente, hoy en día, los medios de comunicación reflejan la ideología del Faraón y, sin embargo, nos la tragamos a gusto. Cuando apagamos un rato nuestras pantallas de TV, comenzamos a ser más libres.
La tarea de Dios de transformación se confía invariablemente a una voluntad y a un valor poco dispuestos.
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El libro del Deuteronomio es uno de los documentos sociales más importantes jamás escritos; relaciona la fe con la vida pública, con la economía y con la justicia. Siempre dirige la fe hacia los pobres, hacia las “viudas, huérfanos y extraños”. El Deuteronomio quizás sea el documento más subversivo de todo el Antiguo Testamento. Entre otras cosas enseña con intransigencia que la política económica liberal (laissez-faire) necesita algunos chequeos morales. Jesús, en las tentaciones y en su diálogo con el maligno, cita a la Escritura tres veces, y cada vez se trata de un pasaje del Deuteronomio.
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El Deuteronomio nos recuerda constantemente que antes, una vez, todos fuimos esclavos y que no es bueno sufrir de amnesia. No habríamos de absolutizar el presente; deberíamos imaginar que las cosas han sido siempre de la misma manera. Todos nosotros habríamos de recordar hoy de dónde vinimos, sobre todo en nuestros debates sobre inmigración.
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Si no escuchamos las palabras del Deuteronomio sobre preocuparnos por los pobres, tendremos que atenernos a la profecía de Jeremías, que nos asegura que el mundo, tal como lo conocemos, se acabará, porque no puede sostenerse en su falsedad.
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Para Jeremías, interceder por los pobres y necesitados es conocer a Dios.
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La tradición profética en la Escritura nos recuerda que hay tres grandes virtudes: generosidad, hospitalidad y perdón. Y a la inversa, nuestra cultura nos invita a guardar posesiones, a protegernos y a guardar rencor.
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Nuestra gran racionalización: “Si yo hubiera vivido en esos primeros tiempos, cuando las cuestiones estaban claras, me hubiera ofrecido como mártir, pero hoy las cosas no están tan claras”.
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La predicación sobre la justicia va a resultar más difícil, ya que la sociedad se siente cada vez más devorada por la ansiedad. Sin embargo, si predicamos la justicia y la sociedad no escucha, es problema de la sociedad. Pero si nosotros no predicamos la justicia, es nuestro problema.
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En respuesta a la cuestión de por qué algunas veces parece que Dios aconseja la violencia en la Escritura: El Dios de la Biblia está recuperándose de la violencia que se le ha atribuido y que se ha realizado en su nombre. Y, dentro de nuestras iglesias, nos encontramos todos en varias fases de recuperación.
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Nuestras oraciones son generalmente demasiado reverenciales: Necesitamos rezar más como Moisés y recordarle a Dios lo que nos prometió.
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¡Nosotros somos los únicos en el pueblo que sabemos el camino para salir de esta crisis!