Aquí está la Sierva de Dios

26 de noviembre de 2008

El rumor de los ángeles es muy débil, sólo se escucha cuando todo lo demás reposa en silencio. Ella lo oía a menudo. Estaba acostumbrada al canto de los pájaros. Sabía que un copo de nieve suena como una nota colgada de un hilo de frío. Pero para oír a Gabriel, tuvo que sentir su propio corazón que, aquel día, le decía cosas sorprendentes: Dios podía ser grande y pequeño a la vez; estaba enamorado de ella para hacer realidad sueños imposibles, veía el mundo del revés: los poderosos no podían nada, los humildes tenían su oportunidad. Dios se acordaba de los hombres, y ella…, a ella sólo se le ocurría un monosílabo repetido: sí, sí…
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Dicen que los ángeles no tienen corazón, amar sólo pueden los humanos y Dios.
Por eso Gabriel se volvió palabra de Dios, mensajero de un eco: "no necesito una Sierva, serás mi madre, y hasta me pondrás un nombre, el que a ti y a mí nos guste, ¿qué te parece Jesús? Por eso Gabriel está confuso, oye dos latidos y
uno no es suyo: el de la mujer, ¡ah, el niño!, justo de quien te estaba hablando.

Los ángeles no hacen ruido, y Gabriel se ha marchado discretamente. Pero Dios hablaba ya, su eco y su música.