Lunes Santo
(Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12,1-11)
Betania
Señor, cuando se cierne la noche, y tu mente presiente el momento más oscuro y recio de tu vida, quiero ser Betania para ti, quiero ser tu amigo, hombro en el que desahogues el alma; no te dé pudor manifestar el agobio y la tristeza que te embargan.
Siempre me llama la atención que la liturgia escoge el texto evangélico en el que, antes de los días de tu Pasión, te sitúa en la casa de tus amigos. Como si quisiera decirnos la necesidad que siente tu corazón de un espacio acogedor, gratuito. “Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa” (Jn 12, 1-2).
Sé que también llamas a mi puerta, y aguardas a que te abra, sentado al relente de la noche, en espera paciente; si acierto a abrirte, sé que entrarás y cenarás conmigo. Y me viene a la memoria que pediste a tus íntimos que te acompañaran al Huerto de los Olivos.
Aunque no sepa, Señor, estar a la altura de las circunstancias, aunque no sepa responder a tu invitación de la manera que corresponde, ojalá mi intención sincera te ayude a sentir lo que dice el salmista: “Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26), porque te sabes amado, acompañado y seguido.
No quiero ser pretencioso, y bien conoces lo profundo de mi corazón. No te puedo engañar. Es posible que mi respuesta sea semejante a la del apóstol que sacó su espada en tu defensa, y después te llegó a negar. Pero por el miedo de serte infiel, no quiero privarme de decirte, al comienzo de la Semana Santa, que puedes entrar en mi casa y gozar en lo posible de mi deseo sincero de corresponder a tanta amistad y misericordia como has tenido conmigo siempre.
Tú sabes que no me fío mucho de mis sentimientos, y menos si contemplo las escenas evangélicas en las que se describe el clamor entusiasta de los que te aplaudieron el Domingo de Ramos, y después gritaron tu condena. Señor, no permitas que te traicione. Mi confianza está en tu declaración: “Vosotros sois mis amigos”. Acepta hoy mi ofrecimiento.
Santa Teresa de Jesús
Es apotegma teresiano el saber conciliar acción y oración: “En fin, andan juntas Marta y María” (Relaciones 5, 5). Lema permanente, y también para estos días santos.
Nunca imaginaríamos que la recomendación que hace la maestra de oración de aunar la figura de Marta, la hacendosa, con la de María, la contemplativa, la íbamos a encontrar en las más altas moradas: “Creedme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer” (Moradas VII, 4, 12).
¿Te atreves a ser estos días Betania para Jesús, y para quienes nos lo hacen más presente, los que sufren?