El hombre, pensado y creado por Dios -el Dios de la Misericordia-, «a su imagen y semejanza» (Gén 1,27) es un ser constitutivamente hecho para amar, y para amar al estilo mismo de Dios, con amor misericordioso, gratuito, personal y entrañable.
La misma estructura esencial de la persona humana -varón o mujer- es dialógica, relacional. Desde sus raíces más hondas, está organizada para abrirse en comunión personal con Dios y con las demás personas humanas. Sólo consigue su plenitud y realización en esta relación y comunión interpersonal. «El hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (GS 12; cf GS 25). Ahora bien, la suprema forma de relación es el amor. Por eso, el hombre alcanza la perfección de su ser y de su vida en la misma medida en que ama. Y el modelo activo de su amor a Dios y a los hombres es Jesucristo. El Espíritu Santo, derramando en el corazón del hombre el amor de caridad (cf Rom 5,5), le hace vivir una experiencia del amor con que Dios le ama y le capacita para amar al estilo mismo de Dios o, más exactamente, al estilo de Cristo: con el mismo amor divino y humano con que Cristo ama al Padre y a los hombres.
"Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación… El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15; cf 2 Cor 4,4) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos humanas, pensó con inteligencia humana, actuó con voluntad humana, amó con corazón humano: humano corde dilexit" (GS 22).
El hombre está llamado a amar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo su ser (cf Dt 6,5; Mt 22,37), es decir, en totalidad, ‘con alma y cuerpo’. Un amor en el que no intervengan todas las energías de la persona, incluso -de alguna manera- su misma ‘sensibilidad’ humana y, desde luego, toda su capacidad afectiva, no es amor teologal de caridad. El acto teologal de amor tiene la misma estructura psicológica que el acto de amor humano, ya que es el hombre -el hombre entero y verdadero- el que ama con ese amor divino que en él ha creado el Espíritu Santo.
Por otra parte, el hombre ha sido creado por amor y con amor. Y es conservado en su misma existencia por el amor providente y misericordioso de Dios. Su experiencia más enriquecedora y gratificante es saberse amado personalmente por él, creer en su amor, reconocerlo, consentir en él y dejarse amar. Desde esa experiencia de amor gratuito y personal (=misericordia), el hombre ya puede salir de sí mismo para amar a los demás de la misma manera: gratuitamente, a fondo perdido, ‘por amor’. El amor de Dios es no sólo anterior al amor del hombre, sino principio y garantía del amor con que el hombre responde al mismo Dios y con que ama a los demás hombres.
“Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como (= porque) yo os he amado” (Jn 15,12). “En esto hemos conocido lo que es amor: en que El dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros… Podemos amar nosotros, porque El nos amó primero” (1 Jn 4,10?11.19).
La partícula griega kathòs, que se ha traducido casi siempre por como (comparativa), puede traducirse correctamente por una partícula causal: porque, ya que, etc. No son traducciones alternativas -excluyentes-, sino complementarias.
"El hombre -nos ha recordado oportunamente Juan Pablo II- no puede vivir sin amor. Resulta incomprensible para sí mismo y su vida carece de sentido, si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente" (RH 10).
"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza (cf Gén 1, 26 s): llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor (1 Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (FC 11).
Misericordia quiere decir, según hemos visto, amor gratuito y personal, bondad, comprensión, cariño entrañable y, sobre todo, fidelidad. No es el frío cumplimiento de un compromiso jurídico o de una obligación contraída. Es un amor fuerte y viril, pero tierno. Dista tanto del sentimentalismo como de la indiferencia. Es un amor eficaz.
El misericordioso se sabe amado y perdonado gratuitamente por Dios. Y se siente llamado a participar en esta misma actitud de Dios, amando y perdonando sin reservas a los demás.
Al misericordioso nadie le resulta indiferente o extraño. Ama a todos y a todos comprende. Y este amor se traduce en un comportamiento: en obras de misericordia, que son manifestaciones concretas de servicio a los hombres que Dios ha puesto a su lado. Estas obras de misericordia las considerará Cristo como hechas a sí mismo y acerca de ellas seremos todos juzgados el último día (cf Mt 25, 35 ss). Los misericordiosos alcanzarán misericordia (cf Mt 5, 7); y ésta será su mejor recompensa. En este mundo y en el otro. De Dios y de los hombres.
La bienaventuranza de la misericordia podría traducirse también de esta manera:
"Bienaventurados los que aman por amor, porque serán amados por amor".
"Bienaventurados los que aman a fondo perdido, con amor gratuito y personal, porque serán amados a fondo perdido, con amor personal y gratuito".
"Bienaventurados los que aman a las personas por ellas mismas, porque serán amados por ellos mismos".
"Bienaventurados los que aman como ama Dios, porque será amado como es amado el mismo Dios".