II Jueves de Cuaresma
(Jr 17, 5-10; Sal 1; Lc 16, 19-31)
Bienaventuranzas
En una lectura creyente, cabe buscar los pasajes bíblicos en los que se anuncia un motivo de felicidad y de dicha. Conocemos el Discurso del Monte que refiere el evangelio de Mateo, en el que se desgranan las bienaventuranzas. Sin embargo, a lo largo de los textos sagrados, también se encuentran otros fragmentos en los se revelan motivos para alcanzar la alegría del corazón, en esta vida y en la eterna.
Hoy las lecturas acumulan exclamaciones que concuerdan entre sí en el ofrecimiento de la bendición divina. El profeta, el salmista y el Evangelio coinciden en declarar algunos títulos por los que alcanzará la felicidad.
Dice el profeta: “Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” (Jr 17,7), y apostilla el salmo: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor” (Sal 1). Y la Iglesia recuerda, al hilo de las expresiones anteriores: “Dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la palabra de Dios y dan fruto perseverando” (cf Lc 8, 15).
Podríamos interpretar, naturalmente, que la bienaventuranza va unida a la suerte, a la fama, al bienestar, al dinero o a la salud. Sin embargo, la parábola lucana señala una gran paradoja, que deberemos tener muy en cuenta. Dice San Lucas: “Se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán” (Lc 16, 22), que es el lugar de los bienaventurados.” Y más adelante describe que se murió el rico, y descendió al lugar del tormento.
La confianza en Dios, el seguimiento de la voluntad divina, la fe, el abrazo a la providencia, el cumplimiento de los mandamientos, la escucha de la Palabra y ponerla por obra conceden la bendición.
Santa Teresa de Jesús
La maestra espiritual tiene también sus bienaventuranzas. Por ejemplo, la de ver progresar a una persona por dentro: “Paréceme que debe ser uno de los grandísimos consuelos que hay en la tierra, ver uno almas aprovechadas por medio suyo. Dichosos a los que el Señor hace estas mercedes; bien obligados están a servirle” (Los Conceptos del Amor de Dios 7, 6).
Es clásica la bienaventuranza que se desprende la humildad: “La que le pareciere es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada; (Camino de Perfección 13, 3)
Y sorprende el título de bienaventurados que concede a quienes se dedican a hospedar, como Santa Marta: “Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa. Pues ¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta bienaventurada, que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas veces en su casa y darle de comer y servirle y comer a su mesa? Si se estuviera como la Magdalena, embebidas, no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped” (Camino de Perfección 17, 5).