Brasil vuelve a ser noticia en el mundo por dos acontecimientos de alcance mundial, esta vez por el deporte, y la vez anterior por la Jornada Mundial de la Juventud. Me gustaría en estas breves palabras reflexionar sobre los dos acontecimientos mundiales, iluminándose el uno al otro.
Lo que se va a vivir dentro de unos días es la Copa por el campeonato mundial de futbol, un deporte que en Brasil es ciertamente el preferido sobre todos los otros, en el que se mezclan todas las clases sociales y vibran al unísono cuando se trata de defender los colores patrios, y en el cual el Brasil exhibe con orgullo su ser pentacampeón. Pero, como todo acontecimiento de masas, también el deporte necesita de locales apropiados. La acelerada construcción de estadios y el elevado costo movilizó gigantescas inversiones, las cuales, como es su regla, no eran simplemente donaciones sino oportunidad de mayores ganancias.
El capital mundial estaba también interesado por el campeonato de fútbol en el Brasil. La acelerada construcción de estadios en varias ciudades del país llama a la reflexión: ¿por qué no se ha llevado a cabo una distribución más justa de los ingresos nacionales para otras exigencias sociales, bastante abandonadas a pesar de esfuerzos de algunos gobiernos, como la salud, la educación y viviendas populares? Las favelas que rodean las grandes ciudades son una prueba irrefutable de que estas necesidades vitales no han sido cubiertas. Muchos ciudadanos se preguntan cuál es la imagen que quiere dejar este país: ¿solamente la habilidad futbolística, o lo que significa como una nación moderna en vías de un desarrollo económico y de metas de justicia y equidad social? Muchos se preguntan por el significado del campeonato en relación con los otros aspectos de la vida de los brasileños, sobre vivienda, salud, educación.
La larga postergación de medidas urgentes para elevar el nivel de vida de los mismos brasileños podría salir a la luz pública y cuestionar a gobernantes y gobernados sobre una comunión de esfuerzos por una vida mejor para todos los habitantes de este hermoso país.
Brasil arrastra una larga historia de desigualdades sociales entre estados ricos y pobres, grupos raciales bien atendidos y otros postergados. La frágil unanimidad deportiva no puede ocultar una vez más, las desigualdades sociales y los problemas a ser resueltos por todos los brasileños, los de arriba y los de abajo, por un patriotismo que no sea esporádico y fulgurante como un campeonato de fútbol.
Brasil ha podido presentar con orgullo a un líder sindicalista convertido en presidente de la república. Ha sido posible abrir nuevos caminos. Pero, todavía falta mucho por hacer y el campeonato mundial no puede convertirse en la única esperanza para el futuro.
La prioridad de la inversión deportiva ha dejado de lado otras prioridades urgentísimas en el Brasil, que afectan la vida de millones que se encuentran en situación de pobreza. Para estos millones de seres humanos no hay dinero, para el deporte sí. El desequilibrio es demasiado patente y agudo. Los pobres reclaman sus derechos insuficientemente atendidos, porque para ellos no hay dinero. Los políticos y las “clases dirigentes” tienen otras prioridades y tienden a calificar las protestas populares como subversivas.
No negamos que hay también agitadores políticos a los que no interesa la paz social sino imponer sus ideologías, pero es absurdo atribuir a estos grupos sociales el descontento popular. El pueblo, con legítimo derecho, se pregunta hasta cuándo serán atendidas sus aspiraciones legítimas a salud, vivienda y educación.
Atribuir todas las protestas populares a agitación política es una falta de honestidad de “las clases dirigentes”. Pero también hay que preguntarse si han surgido líderes populares para encaminar las justas protestas sociales por caminos de paz. Hay que preguntar a los políticos, a los senadores y diputados, a los partidos si sus luchas por el poder no han agravado la situación de los más pobres de sus compatriotas. Es fácil pedir garantías por la represión militar o policial y confundir protestas legítimas con subversión y anti patriotismo.
Lo que estas protestas quieren poner de relieve es una permanente situación de gobernantes y clases dirigentes a vivir de espaldas al pueblo. Ante esta situación es bueno recordar “Otro Brasil” que se convirtió en acogida y respaldo de un movimiento juvenil, en la jornada mundial de la juventud de Rio de Janeiro. Los tres millones de personas en la playa de Copacabana, sin fuerzas policiales o militares, pudieron expresar en forma pacífica su fe y sus aspiraciones juveniles por un mundo más justo y un Brasil más acogedor.
La carismática figura de un Papa ya anciano, pero lleno de vitalidad juvenil acogió el entusiasmo juvenil y lo lanzó al futuro como una fuerza de renovación. Entre los consejos del Papa estaba el animar a los jóvenes a “meter bulla”, a expresarse públicamente por la paz y la justicia, y siempre teniendo como horizonte una predilección por los más pobres.
El pueblo brasileño, aun en su pobreza encuentra luz y esperanza en su fe; encuentra líderes que le orientan en su caminar sin recurso a la violencia sino a la verdad y a la justicia, a la participación en la vida política. El contraste entre estos grandes acontecimientos que el Brasil ya vivió y va a vivir, es un llamado a la esperanza y a la responsabilidad. Es un momento de sintetizar los dos acontecimientos, en donde una expresión de fe de la juventud trae esperanza para un acontecimiento deportivo; en el encuentro de las aspiraciones de los jóvenes por un porvenir abierto a la vida y unidad entre todos y vivir la competencia deportiva sin ocultas maniobras de negocios y poder.
Los dos acontecimientos que han llamado la atención mundial en estos últimos doce meses, tienen un significado especial cuando se colocan uno junto al otro porque revelan las posibilidades que están en las personas mismas; en su capacidad de reflexionar y de unirse pacíficamente en la construcción de la paz y de la justicia.
Brasil se vuelve por estos acontecimientos, en algún sentido, en la capital mundial de la reflexión humana, y por tanto en un signo para que la humanidad revise sus valores y preferencias. El contraste, además destaca la fuerza y vigor de la juventud, capaz de soñar otros horizontes y metas; y la búsqueda que sienten los jóvenes por los valores humanos y religiosos que son signo de esperanza para el futuro.
También nos presentan el carisma de un pontífice que conquista las voluntades por su autenticidad, franqueza, alegría y paz. Desde Brasil el mundo puede reflexionar en el futuro de la humanidad y aprender la lección de una juventud dinamizada por una fe, y de un Papa que ha despertado y reconocido el valor de la juventud, en la cual descansa el futuro de los pueblos. Que podamos ayudarnos todos, con nuestro compromiso transformador, oración y apoyo este camino a recorrer.
Extraído de IVICON – Servicio de Noticias de CONFER.