Respuesta del experto/a Txell Martí
La gran mayoría de las familias, entre las que se cuenta la nuestra, no comparten mesa a la hora de la comida, de manera que el adiós de la mañana es el último contacto que tienen hasta el encuentro del anochecer.
Ante este hecho, tendríamos que poner especial atención en el tipo de relación que se establece en el tiempo del desayuno, pero la realidad es que por las mañanas, en la mayoría de las casas, se produce una carrera contrarreloj. Coinciden tantas cosas, en tan poco tiempo, que a veces resulta difícil mantener el equilibrio.
Mientras los niños desayunan, nosotros normalmente aprovechamos para hacer algún trabajo. Sacamos la ropa de la lavadora o ponemos el lavaplatos y, atareados como estamos, empiezan a encadenarse interesantes despropósitos. El pantalón que se quiere poner nuestro hijo mayor suele estar a punto para lavar (¡precisamente hoy que había quedado en salir por la tarde!). Nos hemos vuelto a olvidar de comprar los cereales para la pequeña, y se ha acabado el queso para los bocadillos. Todos se mueven arriba y abajo y en medio del ajetreo, puede que alguno de nuestros hijos nos persiga con la agenda en la mano porque acaba de advertir que tiene que hacer un experimento y necesita llevar a la escuela dos envases de yogur vacíos y limpios (cuando pasa esto, normalmente se han acabado los yogures) y al mismo tiempo nos damos cuenta que hoy es el último día para presentar una autorización firmada para la salida al Zoo.
A punto ya de salir, casi siempre con el tiempo justo y de no muy buen humor, dedicamos los últimos minutos a repasarque todo esté en orden: \’\’¿Tenéis los bocadillos?\’\’ \’\’¿Llevas el trabajo hecho?\’\’ \’\’¿Has cogido el equipo de educación física?\’\’, \’\’¡Madre, no te dejes el móvil!\’\’ \’\’Oriol, ¡no olvides las llaves!\’\’… Pendientes de no dejarnos nada, y de que las luces y la calefacción queden bien cerradas, que no se nos olvide lo más importante: dedicar algo de tiempo para nosotros, regalarnos un abrazo y una afectuosa despedida.
Seguramente podríamos organizarnos mejor, y estar más pendientes los unos de los otros —¡yo lo tengo en mi lista de propósitos para el nuevo año!—, pero mientras esto no llegue, tendríamos que encontrar la manera de no despedirnos nunca enfadados. Nos queda todo un día por delante y vale la pena empezarlo bien. Dediquémosle un tiempo.