Los jóvenes españoles son más complejos de lo que a simple vista
parece. En contra de lo que se piensa sobre ellos, son conscientes de que consumir drogas supone un serio riesgo no sólo para la salud, sino también porque se trata de sustancias que generan conductas y actitudes peligrosas.
En definitiva, para ellos las drogas son malas. Sobre todo las ilegales. Por ejemplo, nueve de cada diez piensan que utilizar habitualmente cocaína resulta un comportamiento de extrema gravedad, al igual que tomar pastillas y conducir bajo los efectos del explosivo cóctel drogas y alcohol. Para la mayoría no compensa nada adoptar cualquiera de estas prácticas, aunque pudieran experimentar diferentes sensaciones llevándolas a cabo.
Sin embargo, no perciben del mismo modo el riesgo que implica también el consumo de sustancias legales, como el alcohol y el tabaco. Sorprende que poco más de la mitad de los jóvenes (56%) vea con malos ojos la ingesta habitual de alcohol y que el resto minimice los daños que provoca beber. Aunque lo más preocupante es comprobar que un 5% todavía declara que el alcohol no entraña ninguna amenaza.
Para ellos los riesgos del tabaco son todavía mucho menores. Así han resultado las nuevas conclusiones de un estudio realizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), en el que han colaborado la Delegación del Plan Nacional sobre Drogas y la Obra Social de Caja Madrid. Los datos suponen toda una revolución para los expertos porque acaba con muchos mitos de la juventud española. Hasta ahora, se creía que los jóvenes no percibían los riesgos que implica la utilización de las drogas. Sin embargo, la FAD ha comprobado que son conscientes de los peligros y, además, están informados sobre ellos. Sin duda, estas nuevas pautas de conducta obligarán a redefinir algunas estrategias para combatir esta lacra.
Por tanto, la pregunta resulta evidente: si saben y conocen los riesgos ¿por qué consumen drogas? Su deseo de integrarse en el grupo, de no destacar o de no ser vistos de forma diferente respecto a los demás les lleva a ello. «No es el grupo de iguales el que presiona para consumir, sino el convencimiento de que para ser joven hay que tomar drogas», explicó el director técnico de la FAD, Eusebio Megías.
Todo en su momento
Es decir, los jóvenes ven normal a su edad tomar esas sustancias, ya que es la etapa de la vida para hacerlo. Ni antes
de ser adolescente, ni después cuando se ha alcanzado una edad adulta. Las drogas son malas, sí, pero entienden que existen momentos y espacios (por ejemplo, en las fiestas) más legítimos para consumirlas. Fuera de esas situaciones sería inapropiado y peligroso.
Aunque así resulte la opinión más extendida, hay matices muy diferentes a la hora de enfrentarse a las drogas. Por un lado, uno de cada cinco jóvenes dice que tienen su riesgo como todo lo que merece la pena en la vida y que, por tanto, se pueden utilizar con precaución. Existe otro grupo (28%) que cree que se pueden controlar. Y una minoría (15%) que acepta probarlas, aunque sea arriesgado. La mayoría (57%), sin embargo, se opone tajantemente a las drogas, rechazando incluso su consumo para experimentar.
Los jóvenes que dan menos importancia a los riesgos de las drogas suelen ser hombres, de entre 20 y 22 años, que viven solos o con amigos, disponen de más dinero el fin de semana, no se consideran religiosos, se sitúan en la izquierda política y dejaron de estudiar y están trabajando o en el paro.
Para un análisis más profundo, la FAD preguntó a 1.200 jóvenes de entre 15 a 24 años por situaciones concretas. Enel caso de consumir a diario dos o tres porros, la mitad consideró que se trata de un comportamiento de máximo riesgo. Más críticos fueron cuando se utilizan varias de estas sustancias y alcohol a la vez, durante el fin de semana.
En esta situación, el 81% estimó que el policonsumo es muy grave. De todas formas, los jóvenes atribuyen ciertas ventajas a cada una de las drogas: consideran el alcohol un desinhibidor; que la cocaína potencia la euforia; las pastillas son para aguantar y sentir más, y el cannabis para relajarse. No obstante, son conscientes de que estos consumos provocan conflictos familiares y con la pareja,
problemas de salud, accidentes de tráfico y alteraciones mentales.
M. J. Pérez-Barco en ABC