Querido compañero peregrino:
Te saludo como a quien está buscando sentido y felicidad, como todos nosotros. Sé que eres sincero; si no, no estarías leyendo esta carta abierta. Quiero que sepas, lo primero de todo: Te echamos de menos en la Iglesia. No pasa un solo domingo sin que sintamos tu ausencia. Únete a nosotros.
Sí, ya sé que esto no es ni sencillo ni fácil. El corazón tiene sus razones, dijo el filósofo francés Pascal. Bueno, la iglesia tiene también sus complejidades. Quizás es precisamente una de esas complejidades la que te hace difícil franquear regularmente la puerta de una iglesia. Así pues, no intentaré almibarar a la iglesia. La iglesia es una expresión del amor y misericordia de Dios, que está lejos de ser perfecta, y es una expresión imperfecta de la voluntad salvífica universal de Dios para todos los seres humanos. Algunas veces la iglesia bloquea el amor de Dios tanto como lo revela. Ella ha sido siempre, y permanece todavía, un vehículo tanto de la gracia como del pecado. ¿Cómo logramos superar su lado oscuro?
Carlo Caretto, el famoso escritor espiritual italiano, anciano ya, escribió esta Oda a la Iglesia:
Me has hecho sufrir más que nadie, y, sin embargo, a ti te debo más que a ningún otro.
Me gustaría verte destruida, y, sin embargo, necesito tu presencia.
Me has escandalizado mucho, y, sin embargo, solamente tú me has hecho comprender la santidad.
Nunca he visto nada en este mundo más condescendiente y más falso que tú, y, sin embargo, nunca he tocado nada más puro, más generoso y más bello.
Incalculables veces he tenido ganas de darle con la puerta de mi alma en las narices, y, sin embargo, cada noche, he rogado para que pueda morir seguro en tus brazos.
No, no puedo librarme de ti, pues soy uno contigo, aunque no soy completamente tú.
Y además, ¿a dónde iría yo?
¿A construir otra iglesia?
Pero no podría construirla sin los mismos defectos, porque son mis defectos. Y de nuevo, si hubiera yo de construir otra iglesia, sería MI iglesia, no la iglesia de Cristo.
No, soy bastante mayor ya. Sé comportarme.
Ésta es una madura descripción de la iglesia, que expresa las dos cosas: realismo y amor. Es también una descripción honesta. La iglesia tiene una larga historia tanto de gracia como de pecado, y nosotros, que conformamos la iglesia en la tierra, no agradaremos plenamente a Dios. Nadie le agradará del todo. Hemos de admitirlo.
Puedo solamente adivinar tus razones para no ir regularmente a la iglesia o para no venir nunca: Quizás te sentiste herido por la iglesia – por la institución misma o por uno de sus sacerdotes o ministros. Quizás has sido uno de ésos que han experimentado a una iglesia dura, insensible, de alguna manera denigrante para ti. O quizás estás intelectualmente decepcionado por la iglesia; te sientes incapaz de conciliar sus exigencias con tu propia convicción de la vida y sus misterios. O quizás has encontrado en alguna otra parte lo que estabas buscando, fuera de las puertas de la iglesia donde asistías cuando eras pequeño. O quizás te alejaste sin rumbo, a la deriva, y no piensas ya de ninguna manera en la iglesia. Quizás no sientes la necesidad de la iglesia en tu vida. O quizás estás convencido de que Jesús y sus enseñanzas han sido maquilladas y desfiguradas por la iglesia; que Jesús nunca quiso fundar una iglesia, sino que quería sin más que sus seguidores se tomaran muy a pecho sus enseñanzas y vivieran llenos de amor y de bondad. Hay muchas razones por las que la gente no va a la iglesia. Sobre las tuyas, sólo puedo hacer conjeturas.
Pero tu razón para no ir no tiene importancia para esta mi carta abierta. No quiero defender a la iglesia aquí, ni formular una serie de argumentos apologéticos en su favor, o argumentar contra cualquiera de las razones que la gente suele dar para no ir a la iglesia. Esta mi carta no es una defensa apologética, sino un ruego, una invitación: ¡Vuelve, por favor! ¡Prueba de nuevo con nosotros!
Quizás esta vez encontrarás vida en la iglesia y podrás beber en alguna de sus fuentes de gracia. Quizás esta vez te sorprendas perdonando a la iglesia por sus culpas y defectos; quizás vayas a percibir que esas faltas son tus propias faltas, y vayas a ver también por qué Jesús escogió tal vehículo imperfecto para continuar su presencia entre nosotros. Quizás esta vez puedas ver en la iglesia lo que Jesús vio en ella – un cuerpo imperfecto compuesto por hombres y mujeres como tú y como yo, lleno de pecado, lleno de egoísmo y de nosotros mismos, insignificante, de corazón chiquito, menos-que-sincero, tacaño y medio roto, pero también lleno de gracia, lleno de Cristo, generoso, de corazón grande, sincero y puro; un grupo de hombres y mujeres por el que vale la pena morir… – y pertenecer a él. ¡Ven y quédate con nosotros!
Ron.