Cuando contemplo estas casas y detengo la mirada en estos hombres y mujeres, jóvenes, mayores y niños, ¡qué indefinible tristeza, Dios mío! ¡Qué inmenso desconsuelo!
¡Qué abandono desde el otro lado del tiempo! ¡Cuántos olvidos de promesas incumplidas! ¡Cuántos gritos de auxilio no escuchados! Y al mismo tiempo, sé que Tú estás ahí, cerca, dentro, solícito, como uno más entre los que moran. Es preciso que así sea para que nunca falte la fuerza de la vida, el aire libre, el pan de los hijos, el sol y las estrellas, la ansiada justicia, la dignidad humana y divina, la mesa llena de vecinos, la sonrisa y la esperanza.
Hace tiempo comprendí que te gustan las casas de los pobres, de los pequeños, donde habitan tus amigos íntimos, tus preferidos, los olvidados de este mundo, los que tú llevas siempre contigo.