La Iglesia, como rito de apertura del Tiempo Cuaresmal, invita a los fieles a la ceremonia de la imposición de la ceniza, a la vez que los llama a la conversión y al encuentro consigo mismos con el símbolo existencial que evocan las palabras: “Recuerda de que eres polvo”. Aunque también hay otra fórmula, quizá más pedagógica y positiva: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Sea una referencia existencial o una llamada a la fe en Jesucristo, en toda la tradición de los maestros espirituales, e incluso en las preguntas más fundantes, siempre aparece la cuestión: ¿Para qué he nacido? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué va a ser de mí? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
La ceniza nos lleva al origen bíblico del ser humano, a la tierra, que Francisco de Asís llama hermana – madre tierra. El relato de la creación del Génesis describe el momento en que el Creador tomó arcilla, sopló sobre ella el aliento de vida y formó al ser humano.
De una u otra manera, los maestros espirituales suelen considerar las llamadas postrimerías, entre las que aparece la dura realidad de la muerte y de nuestra desintegración, y no lo hacen de forma morbosa, sino como llamada a la consciencia, a saber valorar en su justa medida el don de la vida.
Somos mortales, la realidad de este mundo pasa. Recordarlo puede producir angustia y miedo a algunos, y prefieren ignorarlo, pero el creyente sabe que el Creador no nos ha hecho para perecer, sino para la vida eterna, y nuestros cuerpos mortales se convertirían en cuerpos gloriosos.
La evocación de nuestro origen biológico, nos lleva también a nuestro origen teologal: somos del Señor, hemos sido hecho por Él y para Él, somos peregrinos, vamos de paso hacia la casa del Padre. Tenerlo presente nos concede sabiduría, sensatez, nos produce responsabilidad y nos concede caminar siempre con la conciencia de fragilidad y de esperanza al mismo tiempo.
Dios nos hizo a imagen de su Hijo, nos plasmó como reflejo de su éxtasis de amor en el rostro de su Hijo amado; no podemos estar hechos para la nada. Nuestro origen es Dios, nuestro destino son sus manos.