Cuando recorro otros caminos, allí va el chacarero, y otro, y otro: procesión por los caminos. Sus chacras, casi siempre, a muchas horas de distancia. Todos con machete, hasta los niños… para cultivar, para cortar, para defenderse. Camisas de colores raídos, ropas troceadas siempre bajo el sol. Y con el sol caminan, llevando con la pretina[1] su carga colgada de la frente. Y hasta los niños cargan de ese modo racimos de plátano, haces de leña o cualquiera otra carga. Chacarero dolido, herido por unos tiempos excesivamente duros. Familia que cultiva la yuca y el maíz; el maní, la piña y el frijol. Luego a la puerta del mercado, con miedo casi, ofrecen por una miseria su producto. Por cuatro soles compras una piña; con cuatro soles, veinte plátanos; con cuatro soles… Campesino chacarero luchando con la selva. Y así siempre. Hombres y mujeres que saben que ni su deseo de trabajar, ni su trabajo cuando lo tienen, les sacará de esa situación.
Así continúa nuestro día. Después, el sol poco a poco vuelve a cansarse y se va debilitando. Y una ducha formidable. Volvemos otra vez a rezar juntos. Toco las campanas, ¡las campanas! Y celebramos la eucaristía. Hoy hay muy poca gente… Cenamos. Y después la selva, en silencio humano, habla en mil ruidos, la mayoría para mí indescifrables. Es misteriosa la noche, pero apacible y agradable. Así me duermo.
[1] Cinta larga y resistente, tejida por ellos mismos, que les sirve en sus tareas campesinas.